Un día precioso irradiaba entre las cortinas. El asiento de acompañante estaba vacío de nuevo pero yo me desperté feliz. Cada vez menos gente circulando en el hospital, las medidas de prevención extremadas, tanto que no poder abrazar a alguien se volvió tan incómodo como extrañar a alguien y no poder verlo. Las primeras felicitaciones llegaron en la mañana, y yo seguía despertándome. Mi primer cumpleaños en un hospital, lejos de mi familia, y enferma de cáncer. Pero no fue un mal cumpleaños, me sentí feliz y acompañada de mucha gente amable, y hasta fui agasajada por mi equipo de médicos y enfermeras con regalitos y el «Feliz Cumpleaños» doble. La gracia, fue que días anteriores tuve una serie de reflexiones que me llevaron a una nueva perspectiva acerca de mi vida, reflexiones que venían gestándose como bolitas de nieve y llegaron a su punto de crecimiento donde rodaron sin obstáculos. Recibí la gratitud de estar viva y de poder enfocar todos mis pensamientos hacia mis proyecciones, la apertura mental de que todo tiene una solución, de que hay procesos que se guían con la paciencia, y de que todo pasa. Recibí madurez tejida lentamente durante los anteriores 20 años. Por eso, a la noche, recibí a mis nuevos 21 como una puerta de entrada a nuevos sucesos, nuevas experiencias, nuevos pensamientos y por lo tanto una nueva yo, de 21 años.

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