Cien vidas atrás…

Seguir el rastro de las estrellas. Siempre fue tan facil. Por mucho que me perdiera por el camino, siempre acabaría encontrándome con él. El destino dice que lleva su nombre grabado. Que cuando lo mire por primera vez a los ojos, no me podré confundir. Miles de rostros y ningún alma es como la suya. Cómo equivocarse en un mundo de blanco y negro en el que solo él viste los colores. Y de repente todo se para, los relojes se detienen, el silencio invade cualquier espacio en el tiempo dejando paso al dulce sonido de su hermosa risa. Un escalofrío a sabor de otras vidas despierta mi nostalgia. Abre el cajón de mis recuerdos y es él quien lo ocupa. No sé si presentarme de nuevo o saludarle como siempre. Quizás las muertes y las vidas borraron nuestra historia. Quizás si lo beso recobre la memoria. Y su mente no pueda evitar entonar nuestra canción. La que me persigue cuando entre presentes me distraigo. Y me deja pistas colgadas de un hilo rojo que nos une. Yo siempre sé que es él quien está al otro lado. Que la distancia es una ilusión que nos ciega. Para que con los ojos cerrados y a oscuras nunca dejemos de vernos. Para reconocernos en sueños, dormidos y despiertos. Amaneciendo y anocheciendo juntos de la mano, que ni el paso de los años nos pueda separar. Hace mucho tiempo que andaba buscando, ese hombre que de mi lado nunca debí dejar marchar.