Desconocidos de entre semana –RN

Desconocidos de entre semana –RN

Marmart

23/04/2017

Cuando abrió los ojos de nuevo, ya era de día. Serian sobre las siete porque los gorriones ya se estaban volviendo locos en las ramas. El frio de la noche se había quedado metido dentro de su cuerpo, como un aguijón. Se quedo un instante pensando con los ojos cerrados y finalmente aprovecho los primeros rayos que le acariciaban la cara para levantarse y entrar en calor.

“Nada de alcohol esta mañana” – se dijo a si mismo mientras extendía la manta. “Hoy puede ser un gran día” – intentó engañarse como en cada despertar. Sin embargo, esta vez deseaba de corazón que fuera diferente. Llevaba pensándolo desde el viernes, cuando la vio por última vez y confiaba en que este martes fuera distinto a los de las otras semanas.

Se había cortado el pelo y arreglado la barba; la primera vez en mucho tiempo y todo gracias a Javier, el barbero de la esquina, que además de ser todo un profesional con la cuchilla, era una bellísima persona. También había conseguido un abrigo nuevo y ayer por la tarde se había entretenido en limpiarse los zapatos.

¿Se daría cuenta ella de todo esto? No quedaba mucho tiempo para volver a verla de nuevo. Por un instante se sintió agitado y nervioso pensando en su cuerpo doblando la esquina. Llegaría con su perro como siempre; se la imaginó con el pelo alborotado, en aquella coleta que llevaba cada vez que se veían.

Aunque le había sobrado un poco de pan de ayer, esta mañana había decidido no comer nada. No quería estropear las cosas y espantarla como la otra vez. La cena de la noche anterior también había sido ligera, aunque a decir verdad nunca solía comer mucho antes de acostarse.

Las diez, marco el reloj de la torre con sus oxidadas campanas. Ya debe estar al caer pensó mientras bebía un poco de agua. De todas formas, ella nunca llegaba puntual así que aun tenía tiempo de arreglarse un poco.

Cruzó la calle y Manolo, el camarero del café Rubí le saludo como cada mañana. “¿Un cortado con la leche bien caliente, como siempre no?” – le dijo, todavía sujetando su primer cigarro del día entre los dientes. “Posiblemente luego” – le contesto él con su entrecortado castellano.
Casi cinco años en este país y todavía no se sentía cómodo al hablar la lengua. Parecía como si su cerebro, tuviera que analizar una a una las palabras antes de que salieran de su boca. La cerveza solía ayudarle a sentirse más seguro, pero también sabía que después de la segunda, estaba perdido y que nada acababa bien después de la tercera.

“Ah bueno, como tu veas…” – le contesto el dueño del bar con un tono algo jocoso –. “Pues hoy no apesta a cerveza… y tampoco ha querido el café…” – comentó con su mujer, que ya andaba liada con las tortillas. “ Se estará entrenando para las olimpiadas” – le respondió ésta con una sonrisa picara.
“¿Por favor, puedo usar los servicios?” – le preguntó él pensando en que debía darse prisa. “Venga, anda pasa, pero no me lo pongas todo perdido que nos conocemos…” – le reprochó Manolo mientras ya se dirigía al del caballeros.

No había papel y el suelo estaba sucio y pegajoso. “Cuando hay un Madrid- Barça, la gente siempre pierde las formas” – reflexionó mientras se sacaba el peine de plástico del bolsillo –. “Habló el señorito de los buenos modales… ¿Pero quién eres tú para decir nada?” – le dijo aquella pequeña voz dentro de su cabeza, que tenia la habilidad de volverle loco.
De repente, un sentimiento de abatimiento recorrió su espalda como un fantasma y el peine se cayó al retrete.
“ Merde!” – exclamó mientras lo veía flotar al lado de una colilla que algún culé enfadado había tirado la noche anterior.

Después de lavarlo una y otra vez con el jabón verde clorofila del dispensador, se paso el peine por el pelo, peinándolo hacia atrás como cuando había sido alguien mejor. “Debo darme prisa, deben de ser ya casi y cuarto” – pensó mientras se echaba el último vistazo en aquel espejo rajado.

Se apresuro a sentarse en el banco donde había dejado sus cosas, todavía era pronto para que hubiera niños en el parque. Un par de barrenderos quitaban las hojas del suelo sin mucho esmero, mientras comentaban su ultima nomina y los recortes del gobierno.

Y por fin, ahí estaba ella; con sus deportivas rosa fucsia y la camiseta que le habían regalado por participar en aquella carrera popular. Negu, su labrador color canela parecía sediento y con ganas de llegar al parque.

Se paró para entrar en la panadería como cada martes y jueves. Tres croissants por 1,50 siempre le había parecido una buena oferta. Sabía que posiblemente habían llegado congelados de algún almacén y seguramente los habían cocinado el horno hacia más de cuatro horas, pero aun así comprarlos ya era casi una rutina para ella.

“¿Algo más cariño?” – le dijo la chica dominicana de detrás del mostrador. “No, así ya esta… ¡Que si no la sesión de hoy, no me habrá servido de mucho!” – bromeo ella mientras se pellizcaba aquel michelín que tanto odiaba. En realidad nunca le había gustado su cuerpo y ahora que ya estaba más cerca de los treinta que de los veinte, cada vez se sentía más insegura y menos atractiva.

“¡Vamos Negu!” – dijo mientras desataba a su compañero de running del poste donde la esperaba. Abrió la bolsa de papel donde la chica había puesto los tres croissants y cogió el más pequeño, pensando que si solo se comía éste, tampoco sumaria tantas calorías.

“Tengo que dejar de comprar bollería.” – se dijo a si misma mientras le daba un mordisco al cuerno del croissant. Siempre había tenido problemas para controlar las cantidades de comida y su dieta en general. Cuando era más joven y vivía con sus padres, no parecía ser tan consciente de ello, pero al mudarse a Barcelona y ver todos aquellos cuerpos esculpidos en el gimnasio de arriba a abajo en paseo marítimo, decidió que ella también quería ser uno de ellos.

“Una, dos y… tres, ¡Corre!” Le dijo a Negu mientras soltaba la correa de su arnés al llegar al parque. Mientras lo veía correr hacia el césped, echó un vistazo al banco de la izquierda para ver si él todavía estaba allá.

Por un instante le pareció un hombre totalmente distinto y desde la distancia, se quedaron mirando, hasta observar que el otro le estaba devolviendo la mirada. Ambos se sintieron incómodos y bajaron la vista al suelo.

Mientras ella se aproximaba apretando la bolsa de croissants entre sus dedos, él se frotaba involuntariamente las manos con la vista todavía fija en el suelo, viendo como su sombra cada vez se acercaba más y más.

– “¿Quieres?” – le dijo ella tímidamente ofreciéndole un croissant.

– “Si, gracias” – contesto él mientras abría los ojos como platos sin atreverse a mirarla directamente.

– “Que aproveche” – se despidió ella sonriéndole con pena, como cada vez que se acercaba a él.

Tomó aire por la nariz y se quedo unos segundos en silencio, intentando reunir todo el valor para empezar aquel dialogo simplón; el que había estado ensayando en su cabeza durante todo el fin de semana.

Un suave “Gracias” salió de su boca como si fuera la única palabra que recordara en castellano. Ella ya estaba casi al lado del césped, viendo a su perro correr con los otros.

Ni siquiera le había oído… pero de todas formas; ¿Quien iba a pararse a escuchar a un don nadie… a un sin techo, como él?

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