Adal se levantó ese mediodía de una cama mas bien sucia. Preparó un café batido, muy batido, ya que tenía que esperar al anochecer para salir a trabajar.

Desayunó lento, Se sirvió mas café, comió un huevo duro y algunas galletas, bebió su café y volvió a calentar agua, la vertió en una palangana, se desnudó, la llevó al baño y comenzó a tirarse agua sobre la cabeza, la cual lavó con shampú dos veces, luego se enjabonó el cuerpo y con un vaso se fue enjuagando por partes, se secó, salió del baño, encendió la tv y puso música. Cantó en silencio los temas de moda, durmió un poco y cuando despertó ya estaba oscureciendo.

Se ganaba la vida vendiendo metales. Muchos de los próceres y hombres importantes de la historia habían quedado justo ahí : En el bronce.

Adal los quitaba por la noche del pedestal de los monumentos y los llevaba a la fundición. Era una buena idea, solo que ya se le había ocurrido a muchos, y no quedaban muchas estatuas con bronces a sus pies…Recordó la estatua «Niño con pelota», que pesaba más de treinta kilos y le dio quince días de descanso, con wiski escoses y putas incluidas…Pero esos días habían pasado y quedaban pocas placas, y las nuevas ya no eran de bronce, ni siquiera eran de metal.

La única salida era el cementerio, y esa noche lo haría. Su lógica le imponía calma profesional, dado que era imposible que alguien lo viera robando en ese lugar, pero aún así estaba inquieto. Es cierto que las estatuas representaban a hombres fallecidos, pero eso era distinto, ahí estaban, y Adal lo haría frente a ellos.

Tomó el subte hasta Chacarita, entró a la necrópolis cuando faltaba poco para el cierre, fué hasta las tumbas más lejanas, y esperó a que pasase el sereno. Sonó el timbre de cierre. Era noche con una luna menguante tapada por momentos por nubes solitarias.

Se acercó a las bóvedas. Eran las que tenían las planchas más grandes y pesadas. Sacó del pequeño bolso la palanca y el martillo, puso la primera en la parte superior y golpeó seco, tiró hacia él, y en breve espacio de tiempo en tardó en dar el segundo martillazo, escuchó a su espalda unos sonidos sordos seguidos de murmullos lejanos…

Se secó la frente. Sabía que no debía darse vuelta. Tenía que concentrarse en los detalles.

Cuando la placa cedió volvió a escuchar ruidos detrás, como si algo se arrastrara, las manos le temblaban, terminó de quitar la placa del mármol. Sintió murmullos. Se dió vuelta y vio, aterrado, como se levantaban de las tumbas dos figuras humanas que corrían hacia él…Se tomó el pecho y cayó fulminado.


Al otro día, en el diario de la mañana, el comisario de la seccional de Chacarita, explicaba que se había resuelto el caso del robo de placas en el cementerio, manifestando que dos de sus efectivos se habían acostado en sendas tumbas frente a una bóveda que tenía gran cantidad de bronces, y que muy probablemente el ladrón se dirigiría a ese lugar, y que infelizmente el caco había muerto de un infarto, por creer que los policías eran muertos que se levantaban de sus tumbas.


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