Ya han pasado dos años desde entonces. Dije adiós sin saber si te volvería a ver o abrazar, pero mi fe pende de un fino hilo que te mantiene atado a mi. Como la cuerda roja que nos une cada vez que nos desdoblamos, sabes que soy tuyo y tu eres mía. Mi piel extraña tus abrazos, mi psiquis tu empatía y mis manos tu cabello. Jugar contigo o pasar el rato acostado en tu cama hasta que mi mente dicidiera entretenerse con algo productivo, fueron momentos lindos que no supe aprovechar. Soy parte de ti y de tu vida, el cordón que aún me ata al brillo de tus ojos ahora se enreda ante el recuerdo de tu ausencia, y te mantengo presente día y noche en mi mente como un niño que espera ansioso los regalos de navidad. Guíame nuevamente a encontrarte entre tanta gente, como aquella vez que me perdí y me agarraste por las manos sin siquiera saber que estabas detrás de mi. Concédeme el placer de abrazarte de nuevo y devolverte los consejos que alguna vez me asustaron pero siempre fueron los correctos, y enséñame nuevamente a comprender que la vida es más bella cuando me levanto y miro al cielo, pues siempre lo olvido por estar atascado en mis sueños.
Han pasado dos años desde entonces, donde recosté por última vez mi cabeza en aquella almohada que pertenecía a mi templo, bañado en mi aura y mil espectros de proyectos que sabía que tenía que seguir. Dos años desde aquella despedida donde solo se cruzaban tu mirada y la mía. Ahora espero a que me esperes llegar, como tú esperas a que yo cruce esa misma puerta.

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