Viaje al Inframundo (1)

Viaje al Inframundo (1)

Daniel Coronado

12/06/2019

Entre la neblina vislumbro el objetivo de mi travesía, esa montaña siniestra en la lejanía, la veo y cuando pienso que he llegado a mi meta tengo que subir sus escalones de piedra, en medio de un paraje desolado alejado de la civilización y de cualquier pueblo o colonia cercana, y a medida que avanzo terribles gritos de agonía resuenan en la distancia, mezclándose con el ocaso melancólico que se desangra en el horizonte, de esos que solo escuchas cuando una mujer da a luz o cuando un hombre muere en una tortuosa batalla, un escalofrió sube por mi espalda al imaginar que horrores podría encontrar. Mi primer instinto es retroceder y preguntarme que crueles poderes fuerzan a un hombre como yo a caminar a su propia muerte; habrá sido el oráculo de Delfos con alguna pueril treta? o el Cesar y sus delirios de inmortalidad y poder? o quizás los mismísimos dioses y sus malditos caprichos? Las dudas llenan mi mente y me detengo, pienso en volver a los brazos de mi querida Justina y olvidar esta condenada odisea a la que me ha relegado el destino, pero no hay nada a lo que volver, Justina es solo carne, huesos y gusanos bajo la tierra, y nuestro hijo… nuestro hijo. Un suspiro sale de mis labios y pronto como si me hubiesen escuchado los gritos que parecían de mujeres y hombres pasan a escucharse como animales salvajes, como bestias sedientas de violencia, de matanza, de sangre. Doy un paso adelante y luego otro, y entonces puedo saborear en mi boca las palabras de mi sabia madre, su voz me hizo saber lo que me negaba a aceptar; que lo que me trajo aquí fue mi propia estupidez.

Entre la maleza pude ver sus ojos salvajes, sus miradas trastornadas por la locura y la violencia, por la lujuria y la barbarie, por el alcohol y por él, por su toque y su presencia. Esperaba que fueran todas mujeres, pero entre ellas también habían hombres que habían perdido la cabeza; se requiere una mente fuerte para soportar su presencia y su verdad, la de aquel que busco, pues no es a estas atormentadas almas a las que le temo, ni a sus gritos de fieras, ni a su violencia, sino a aquel que rompió sus mentes; el dios de la locura, el hijo de la muerte, Dioniso. 

Entré a la cueva que estaba más allá de los gritos de las amenazantes ménades y el destrozado cuerpo de lo que solía ser una cabra, entre los huesos de los muertos y los animales salvajes, allí está Dioniso, ebrio por la altura y el vino, con sus palabras siempre invocando la locura. Nunca había visto un dios en persona, y mucho menos uno tan humano, envuelto en vides, cargando un jarrón de vino y una hogaza de pan. Era engañosamente joven, su pose era varonil, pero había algo femenino en él, y en sus ojos vi desprecio, vi amor, vi lujuria, vi peligro, y al verme él veía mas allá de mí.

Me recibió aquella vez sabiendo de antemano lo que yo buscaba, complacido ante tal sinrazón una sonrisa leve se dibujo en su semblante, era tan insensato de mi parte que solo mi intención me gano el favor del no nacido. Y es que no era pequeña mi necedad, no ha habido sacerdotes de Hades en mucho tiempo, su culto ha sido olvidado y de él solo quedan ruinas. Todo el que menciona el al dios invisible lo hace sin su nombre, esperando que este no venga por él, y aun así ese día yo he ido a su casa, toque la puerta y gire la llave…

«He venido acá, a la sombra de la muerte, a las puertas del reino de tu padre; ellas están cerradas para todo lo que vive». – las palabras salieron de mí en un gesto orgulloso, con valentía pedía entrada al mundo de los muertos.

«Buscas entrar más no morir, ¿quieres descender a las profundidades y otra vez subir?, buscas la llave, me buscas a mi» – él entrecerró los ojos, suspicaz pero entretenido, pronto sirvió un vaso de vino, dulce y puro, olía como perfume y al mismo tiempo apestaba a carne, y en este vertió semillas de amapola que apestaban a tierra y podredumbre, un loto negro, la corrupción del trigo, algo de miel y la sangre de un cordero; era espeso, rojo y también negro, tenía un olor nauseabundo a putrefacción, todos mis sentidos rechazaban el trago, solo su asqueroso olor me hizo cuestionar los miles de kilómetros que había viajado para llegar allí, «¿es realmente este un dios?», pensé, y en ese momento él dejo de ver mas allá de mi, y me vio a los ojos, y en ellos vi algo rojo que me inspiro terror, y en ese instante, le temí mas a él que al asqueroso trago que tenia frente a mi, resolví tomar un sorbo, pero él me sostuvo desde mi sien violentamente y empujo el trago hasta que el vaso quedó vacío, y lo que no entro en mí se derramo como una herida sangrienta por mi cara y mi cuerpo. Era dulce como la miel y luego amargo como el azufre, mi garganta se secó y sentí el sabor a ceniza en mi boca y fuego ardiendo en mi pecho, pronto me tumbe al piso entre escalofríos y vomito.

«¿Intentas matarme?»

«Casi» – respondió el dios loco, pude ver sus dientes empapados en vino. –«Un hombre que lo perdió todo buscando al no nacido, ¿no buscabas que este tomara la única cosa que aun no habías perdido?¿o es que acaso esperabas ser un sacerdote de Hades sin probar antes sus dones?»

No pude responderle, no había como, mi lengua bailaba en mi boca entre incoherencias y mis ojos salían de sus orbitas, sentía como mi corazón ardía en mi pecho, mi mente se escapaba de mí.

«Deja que el sufrimiento abra los ojos de tu mente, pues subiste la montaña buscando a mi padre, y su hijo te ha traído como regalo un barranco, así que avanza mortal, ve adelante, hacia el único lugar que puedes avanzar y del cual no puedes huir.» – dijo Dionisio, casi cantando con una sonrisa de serenidad mientras me observaba agonizar en el piso. Solo entonces pude ver sus verdaderos ojos clavados en mí, escarlatas como la sangre, ardiendo como fuego, disfrutando mi sufrimiento y mi agonía, le vi con terror a medida de que el dolor se apoderaba de mi y me trastornaba, mi cuerpo ardía, mi mente ardía, y por un momento le vi como hombre y bestia; por pies tenia pezuñas, cola y cuernos de carnero, el dios rojo me sonreía con dientes de predador, y lo que alguna vez fue pan y vino era ahora carne y sangre. Pronto toda la luz se tornó en tinieblas, y sentí como todo el calor y la vida se escapaban de mí, lo último que recuerdo eran sus dedos cerrando mis ojos y la sensación de dos fríos denarios sobre ellos.

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