Lucas era un trabajador modelo. Llegaba un poco antes de la hora y no tenía prisa por salir si el trabajo lo requería. Se vestía y acicalaba con esmero, un poco clásico, un poco trasnochado, pero siempre impoluto. «Mis compañeros, mis jefes y sobre todo mis clientes se merecen lo mejor», decía muy serio cuando, con cierta sorna, sus compañeros alababan su planta.

Aunque siempre estuvo bien visto por sus superiores, observaba en los últimos años que aquellos cada vez eran más jóvenes y a él empezaban a considerarlo como uno más. Se esforzaba en mantenerse en las nuevas técnicas y tecnologías y admitía los cambios de buena gana. «Si lo han pensado los jefes, sus motivos tendrán» estos comentarios y que a penas quedaban compañeros de sus tiempos, le iban dejando en un aislamiento que a él no importunaba. «Mejor -se decía- menos tiempo perdido en chorradas».

Se anunció un nuevo jefe y futuros cambios en la compañía. Expectante, como el resto, acudió al hall donde iba a ser presentado. Apareció en el primer rellano de la escalera un joven en mangas de camisa y que casi podría haber sido su nieto. Le acompañaba una esbelta joven, de sonrisa perfecta y gafas de montura oscura que portaba carpetas en sus brazos. Allí plantado, con una media sonrisa, comenzó a pasear la mirada a izquierda, luego a la derecha, a los más cercanos y luego a los del fondo. Todos esperaban, pero él se tomó su tiempo. Otro recorrido, como queriendo quedarse con todas las caras y al fin extendió los brazos, como en un púlpito y empezó a vocalizar muy despacio, arrastrando un poquito la última sílaba:

-Somos los mejores … los mejor preparados … Lo vamos a demostrar, nos vamos a salir …

Silencio y de nuevo el barrido de mirada.

-Os necesitamos, os conozco y sé de lo que sois capaces …

Comenzaba a levantar la voz, a señalar con el dedo a cada uno.

Nuestro hombre empezó a hablar para sí. «Ya estamos con las nuevas técnicas, éste acaba de salir del máster y quiere poner en práctica lo que ha aprendido. ¡Qué manía! Los sueltan y ala … »

A su lado, oyó a una joven susurrar: «¡está buenorro!»

El la miró con desdén y retomó sus pensamientos. «Tú que nos vas a conocer, tenías que empezar desde abajo, como antes. Ir subiendo, conociendo cada tarea, cada compañero … sí ya sé que el aprendizaje lo hacéis ahora en la Universidad, que llegáis creyendo saberlo todo, que pensáis todas las empresas son iguales que …» Paró al darse cuenta lo estaba señalando a él.

-Necesitamos vuestra experiencia… vuestro saber hacer … y estar. Dejarnos ser parte de vuestro día a día …

Tras unas cuantas frases resabidas más, terminó con un

-Nos veremos «tête á tête», cara a cara y juntos diseñaremos un nuevo camino.

Unos días más tarde fue llamado a su despacho. La mesa estaba al fondo. Grande y limpia de papeles. Solo un ordenador, una tablet y un teléfono. A la izquierda, en otra más pequeña y ésta sí atiborrada de documentos, bolígrafos y otros útiles de escritorio estaba sentada la «dientes perfectos». Le pareció demasiado largo el trecho hasta llegar a la mano extendida que le aguardaba. Cuando Lucas puso allí su mano insignificante la encontró enorme y cálida. Luego sintió como la aprisionó con la izquierda. Y así estuvo un rato que él consideró excesivo. Le indicó tomará asiento con un gesto y pareció también él iba a sentarse al otro lado cuando, como en un resorte y antes de que sentará sus posaderas, volvió a ponerse en pié. Unos pasitos a izquierda, luego derecha y pareció encontrar acomodo en la mesa, balanceándo la pierna izquierda.

-Sabemos de tu valía, de lo que has hecho por esta empresa …

Lucas se removió en el asiento. Aún sabiendo estaba bien considerado no estaba acostumbrado a las alabanzas y el plural que utilizaba el mequetrefe cada vez que hablaba, empezaba a serle desagradable.

Unos cuantos elogios personales, un poco de apología de su trabajo y el joven, como ganando terreno se había colocado ya en el sillón contiguo al de Lucas, casi se tocaban las piernas cuando le propuso

-Queremos seas de los nuestros, vamos a reconocerte lo que siempre has merecido, vas a ser nuestra mano derecha, nuestro lazarillo … Estaremos en contacto … Marta -dijo señalando a su ayudante- te tendrá al corriente.

Lucas la miró y se dijo para sí que le faltaban varios cocidos. Luego el jefe volvió a estrecharle la mano, esta vez no tan efusivo. Lo vio más alto que la primera vez, una cara de niño en un cuerpo de hombretón. Pensó que quizás sí estaba preparado, al fin y al cabo había sabido reconocer su valía.

Recorrió despacio el camino hasta la puerta y al cerrarla despacio se volvió y vio a su superior se dirigía a dientos perfectos y le musitaba: «¡Otro en el bote!».

No le habían alertado que aquel excelente empleado lo que mejor tenía era el oido.

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