Blaze! Capítulo 47

Capítulo 47 — Cirros.

¿Extrañarás esta montaña? –preguntó la maga a su escudero, bajando ligeramente entre las piedras, después de siete meses en las alturas, habiendo al fin recuperado su figura normal.

Nooo, fue muy difícil vivir allá arriba todo este tiempo, aunque la vista fue espectacular por algún tiempo –respondió el nuevamente tonificado Albert, recordando todo el trabajo que les costó recuperar su condición física, además de otras cosas, ruborizándose por esto.

Sí, la vista fue… –dijo Blaze, deteniéndose al ver el rostro de Albert—. ¿A qué vista te estabas refiriendo?

¡Al paisaje, la luz de la mañana! Después cambió el clima, llegaron las lluvias, el frío, todo cambió… –explicó Albert, escondiendo su verdadero pensar.

Claro. Pensé que te referías a algo asociado a mi físico que ahora se encuentra disminuido –dijo Blaze con suspicacia, mirando al oráculo de reojo—. Hablando de físico, te hizo bien engordar, tu torso se engrosó con la estadía allá arriba, además de que ganaste musculatura, ahora puedes considerarte un escudero decente.

¿Tú crees? No me siento más pesado, pero he notado que tengo algo más de fuerza, aunque pensaba que sólo era una impresión mía, por el esfuerzo que hicimos para volver a nuestro estado físico anterior –preguntó Albert, apretando sus bíceps, sonriendo cándidamente, haciendo un puchero luego—. También pensaba que era un escudero a la altura de las situaciones…

Teóricamente, lo eras, pero al momento de la verdad… No te preocupes, es sólo una broma, te hizo bien engordar, ejejejeje… –dijo la maga, desdiciéndose, percatándose de que había herido los sentimientos de Albert.

Repentinamente, un grito solicitando ayuda alertó a los jóvenes viajeros, salvando a la hechicera de la incómoda situación en la que se metió, buscando a quien llamaba desesperadamente entre las grisáceas rocas de la montaña, encontrando a un hombre ensangrentado y semicalcinado, el que se abalanzó en dirección a los muchachos al verlos, precipitándose al suelo.

¿Qué le pasó, buen hombre? –preguntó Albert, sin percatarse de quien tenía a sus pies, ayudándolo a incorporarse, escuchando un emocionado chillido de parte de Blaze, girando y encontrándose con la forma rechoncha y tierna de su señora, meneando la cabeza de lado a lado en señal de reproche por la transformación—. Meses de entrenamiento para que vuelvas a estar así en menos de un segundo…

¡Klaus! –gritó la hechicera, embelesada por la presencia de su artista favorito, imponiendo sus manos sobre el maltratado cuerpo del hombre, poniéndosele la piel de gallina a la emocionada joven, curándole rápidamente sus heridas.

¿Niña de las conchitas? Nunca me dijiste que fueras una hechicera, pero le agradezco a la vida el habernos encontrado nuevamente –dijo Klaus, totalmente repuesto del daño, sentándose en el piso mientras apoyaba su espalda y cabeza en una gran roca, mirando el despejado cielo—. Ya pasó la tormenta…

¿Ves, Blaze? ¡A eso me refería! –apuntó Albert, sabiendo que también había molestado a su señora con las palabras que dijo rato atrás, desviando de nuevo su atención de la temática corporal—. La tormenta de horas atrás fue muy extraña, llegó y se fue sin más, como si hubiera sido provocada.

Y sí que lo fue… –intervino Klaus, con cara de preguntar nombres, levantándose del suelo.

Albert, ese es mi nombre –respondió el oráculo al ademán del cantautor.

Blaze estaba catatónica, con las manos juntas y los dedos entremezclados, sus ojos relucían de felicidad, lo que molestó a su escudero, que quisiera causar el mismo efecto sobre su señora, sintiéndose despreciado frente al laureado artista.

No saben lo que se oculta allá arriba, chicos, pero puedo asegurarles que es muy poderoso, sólo miren como quedé –comentó Klaus, mostrando sus ropajes rasgados y quemados—. Tampoco me dijiste que te llamas Blaze, chiquilla.

Blaze se concentró en la ropa del cantante, siguiendo el movimiento de las manos de Klaus, cambiando su expresión de inmediato, volviendo a su apariencia normal, asombrando al artista, creciendo más allá del tamaño de este.

¿Qué sucedió?, ¿cuál es la original?, ¿este es su tamaño verdadero? –preguntó Klaus, retrocediendo, mirando al oráculo.

Sí, la original y siempre furibunda Blaze –respondió Albert, apuntando a su señora con ambas manos, presentándola.

¿Quién te dañó? –preguntó la hechicera, con los ojos encendidos de furia, apretando sus marcados músculos, emergiendo venas en la superficie de su piel.

Bue… bueno, digamos que fue mi culpa, no tienes que preocuparte por mí, puedes calmarte –dijo Klaus, intimidado por el verdadero tamaño de la niña de las conchitas, tratando de calmar a su inadvertida guerrera incondicional.

Yo que tú le digo lo que quiere o no lograrás sacártela de encima ni muerta –dijo Albert, celoso por el trato preferencial que se le daba a la estrella musical.

En la cima de la montaña hay un dios portador de rayos en sus manos, de mirada resplandeciente y una voz capaz de tronar hasta el fin del mundo… El rey Bod quiere darle un regalo a su hija y desea un artefacto muy especial –narró Klaus, siendo callado por Blaze, que le puso su mano en la boca, cambiando su expresión de enojo por una de arrogancia.

¿Así que el rey tuvo una hija?, ¿recuerdas lo que te conté tiempo atrás, Albert? Yo ayudé a crear a esa niña –dijo Blaze a Klaus, carcajeando engreídamente, destapándole la boca al juglar—. Perdón, continua con tu relato.

El dios de los rayos es dueño de un instrumento musical legendario, capaz de calmar a las bestias más peligrosas, así como también de excitar a los seres más parcos y… –prosiguió Klaus, siendo nuevamente interrumpido por la hechicera, de la misma manera que la vez anterior.

Debo asumir que su hija es un pequeño demonio, ¿cierto? No me extrañaría nada, dada la procedencia de la energía utilizada en su concepción –reflexionó Blaze, mostrándose pensativa e intelectual, soltando lentamente la boca de Klaus.

Blaze, deja de pavonearte y déjalo terminar –murmuró Albert, notando que el comportamiento de la maga era una rápida demostración de algunas de sus virtudes; alegría, conocimiento, empatía, entre otras.

Tienes razón, Blaze. La niña es incontrolable, los reyes casi no pueden descansar, ya que no hay niñera capaz de aguantarla, llegando todas a atentar contra su vida después de un tiempo de trabajo. Con este instrumento creen poder calmarla y así poder descansar apropiadamente –terminó de contar Klaus, cabizbajo, suspirando con desgano.

¿Y te enviaron a buscarlo?, ¿por qué? Es injusto, no por ser músico tienes que ir en búsqueda de un instrumento musical mágico –dijo Blaze, recordando la experiencia con su rey y su problema.

Yo les conté sobre el instrumento –respondió el artista—. Lo tomaron como un compromiso de mi parte, no pude negarme, tuve miedo de las consecuencias.

La verdad es que tienes más posibilidades de sobrevivir frente a un rey que contra un dios, pero comprendo tu situación –dijo la maga, apoyando su mano en el hombro de Klaus, haciendo que Albert erizara su lomo como un felino enojado, faltándole sólo el bufido.

En este caso fue lo contrario. El dios fue bastante receptivo conmigo, toqué algunas de mis canciones para su deleite, planteándole mi problema posteriormente, respondiéndome con un desafío: si era capaz de producir una tonada más fuerte que el sonido de sus truenos, me regalaría sin chistar el instrumento mágico, pero mi laúd tenía varias piezas metálicas, las que atrajeron a los relámpagos del dios, causándome las heridas con las que me encontraron –explicó Klaus, dando a entender que su instrumento musical había pasado a mejor vida.

Eso no habría ocurrido si hubiera estado allí –dijo Blaze—. Vamos a comprarte un nuevo laúd y volveremos a desafiar al dios, regresaremos con el instrumento musical mágico y serás un héroe frente al rey Bod.

No tenemos dinero –agregó Albert, mostrando la bolsa donde debía haber monedas, desanimando momentáneamente a su señora—. Además, es imposible crear un sonido más fuerte que el de un trueno con sólo un laúd.

Cambio de planes, vamos a robarle un laúd, yo te demostraré donde comienzan los imposibles… –dijo Blaze, dirigiéndose a Albert, callándose al ver a Klaus marchando hacia un árbol de tronco grueso, extrañada.

No necesito comprar otro, soy un lutier –dijo Klaus con seguridad, encendiendo nuevamente los ojos de la hechicera, maravillándose más al conocer otras aptitudes de su cantante favorito—. ¿Me ayudan a cortarlo?

Dime si no es perfecto, Albert –requirió Blaze, sacudiendo a su descreído y desanimado escudero, que quería retomar pronto el viaje en búsqueda de los trozos de DSH, solos los dos, casi olvidando a Bhasenomot.

No, no lo es, incluso ahora lo encuentro más pequeño que antes –respondió Albert, refunfuñando, visiblemente celoso del hombre.

Una semana de arduo trabajo, durmiendo sólo una hora al día y ayudado por los dos muchachos, fue lo que le tomó a Klaus fabricar un nuevo laúd funcional, sin ninguna decoración, fabricando las cuerdas con tripas de conejos que cazaron en las cercanías de la montaña.

Así no atraeremos a los rayos, pero creo que Albert tiene razón, no hay forma posible de producir un sonido más fuerte con esto –dijo Klaus, menospreciando a su parcialmente terminado artefacto.

Ahí es donde te equivocas, Klaus, préstame tu instrumento –contradijo Blaze, tomando el laúd, sacándole las cuerdas, pasándolas entre sus dedos, para luego encender al rojo vivo sus dedos pulgar e índice, sacando un trozo de sus hombreras, derritiéndolo sobre las cuerdas, bañándolas en el metal, quedando estas cubiertas y brillantes, soplándolas para que se enfriaran—. Debes tocar con cuerdas metálicas y estos guantes.

Pero así atraeré los rayos de nuevo, la otra vez sobreviví porque eran sólo 3 cuerdas metálicas, pero todas… –explicó Klaus, temiendo perder la vida ante tal disparatado plan, recibiendo el laúd, las cuerdas y los guantes.

¡Esa es la idea! Combatiremos rayos con rayos, no te preocupes, estaré allí para ayudarte –exclamó Blaze, alzando su pulgar encendido y humeante, guiñándole el ojo a Klaus.

Los tres subieron a la cima de la montaña para encontrarse con el dios de los truenos y rayos, sólo una persona confiaba en que lograrían obtener el instrumento musical mágico y no era precisamente el artista. Cuando llegaron a la cumbre, el cielo se cubrió de nubes, saliendo una potente voz de entre ellas, dirigiéndose a los recién llegados.

Hombre, veo que sobreviviste a tu percance, si ustedes lo salvaron, les agradezco por preservar su talento en este mundo, su muerte hubiera sido un gran desperdicio –saludó el dios, sin mostrar su forma, rugiendo en el cielo.

Si, claro, que talentoso… –pensó Albert, que llegó de ultimo a la cima, celoso aún de Klaus.

Lo intentaré de nuevo –dijo Klaus, con los guantes puestos y las canillas temblorosas, viendo como los rayos iluminaban las nubes, temiendo su electrificante poder.

Blaze nuevamente guiñó el ojo a Klaus, invitándolo a tocar con confianza.

Lo lograrás, lo sé, ya lo preparé todo –murmuró la maga—. Cautívanos con uno de tus éxitos.

Klaus dudó, apoyando sus dedos en las cuerdas, temeroso de hacerlas resonar, sudando por todo su cuerpo, respirando profundamente varias veces, relajándose y creyendo en la maga que curó todas sus heridas y le salvó la vida, pulsando el primer acorde, cayendo un rayo sobre la cuerda sin llegar a dañarlo, produciendo un sonido nuevo y potente, sorprendiendo a todos los presentes, incluido Klaus.

Eso fue… fue… ¡genial! –tartamudeó Albert, escuchando los siguientes acordes, retumbando la nueva melodía en toda la montaña, sacudiendo las pequeñas piedras dispuestas en la superficie del terreno, incrementándose la confianza de Klaus, que lo dejó todo en el improvisado escenario, moviendo rápidamente sus dedos, haciendo honor a su apodo.

¡Escorpión, escorpión, escorpión! –gritaba Blaze mientras su ídolo tocaba, impresionada por lo logrado con el hechizo que puso en las cuerdas del laúd para utilizar los rayos y con la protección mágica que les dio a los guantes, aplaudiendo la presentación de Klaus, que no dejaba de tocar y cantar.

Klaus pasó de una calmada balada romántica a algo totalmente nuevo, improvisando, dejándose llevar por la potencia de las notas, casi no viéndose el movimiento de sus dedos, enloqueciendo a los presentes, rasgueando todas las cuerdas al mismo tiempo, recibiendo un impacto eléctrico que destruyó las cuerdas del laúd, enviándolo lejos, cayendo al piso, saliéndole humo de la cabellera.

¡Klaus! –gritaron Albert y Blaze, acudiendo al lado del interprete, ayudándolo a reponerse, examinándolo completamente, hallándolo sólo un poco chamuscado, pero sin heridas aparentes.

No se preocupen, chicos, estoy bien, pero no podré seguir tocando –dijo Klaus apenado, mostrando su quemado laúd, con las cuerdas destrozadas y humeantes.

Perdón por dudar de ti, lo hiciste maravilloso, lo que hiciste con esos rayos fue tan… tan… ¿metal? –dijo Albert, exaltado por el concierto personal al que pudo asistir, tomando de las manos a Klaus, apretándole los guantes, agradeciéndole su esfuerzo.

¿Metal? Diría que fue una balada poderosa, no se me ocurre otra denominación –intervino Blaze, aplaudiendo a su artista predilecto, con una lágrima arrancándose de su ojo izquierdo.

Gracias, chicos, no lo habría logrado sin ustedes –agradeció Klaus, sacando pecho, reverenciando frente a su audiencia.

Repentinamente, los rayos del cielo se detuvieron, comenzando a condensarse todas las nubes que rodeaban la cima de la montaña, juntándose en un punto elevado por sobre las cabezas del trío, descendiendo lentamente, tomando una forma humanoide y nubosa, escapando pequeños rayos desde dentro de la encarnación, moviéndose en la superficie de esta, regresando al interior después.

No sé si lograste superar el potente sonido de mis truenos, pero sí que los armonizaste, capturaste mi esencia y la hiciste tuya, fuiste el dios de la montaña –expresó el dios, haciendo aparecer en sus manos una caja dorada y rectangular, con cuatro clavijas en la cara frontal y una vara delgada erguida en el costado derecho, entregándosela a Klaus—. Lo que te prometí.

Muchas gracias –respondió Klaus, recibiendo el instrumento de las manos del dios, mientras algunos rayos que revoloteaban alrededor del artefacto volvían a la deidad, evitando dañar al frágil ser que se le estaba premiando por su proeza.

Los tres humanos celebraron su victoria, mirando el instrumento musical, tocándolo, oliéndolo, investigándolo…

Y esto… ¿cómo se toca? –preguntó Klaus, descolocando a Blaze y Albert, arrancándole tronadoras carcajadas al ente divino, asustando a los inadvertidos humanos.

No te preocupes, yo te enseñaré, así podrás ir donde tu rey y calmar a su pequeño retoño –dijo el dios, invitando a Klaus al interior de la montaña con sus neblinosas manos.

Klaus avanzó en la dirección que le indicó el dios, quedando de espaldas con respecto a los muchachos, girando su cuerpo, deteniéndose.

Creo que tengo que quedarme un tiempo acá, por lo menos hasta dominar correctamente este… –dijo Klaus, dejando espacio para que se le comunicara el nombre del instrumento.

Zerhmin –dijo el dios para completar la frase de Klaus, mientras los rayos emanaban de todo su cuerpo, desagregándose las nubes.

Claro, este Zerhmin. Nuevamente, muchas gracias, Blaze, Albert. Espero puedan encontrar lo que buscan, ya nos veremos en alguna ciudad, en alguna plaza, en algún jolgorio –expresó el artista, alegre por haber conseguido su meta, pero triste por dejar atrás a quienes consideraba eran dos de sus mejores amigos.

Si, nos veremos, lo sé –aseguró Blaze, secándose unas lágrimas que se le escaparon, sacudiendo su mano a modo de despedida.

Albert intentó hablar, pero tenía la garganta apretada por la emoción, acongojado, limitándose a reverenciar al gran artista. Klaus fue rodeado por las nubes del dios, convirtiéndose en una sombra dentro de estas, disipándose el oscuro vapor, dejando el lugar vacío y un cielo totalmente despejado.

Sé que nos volveremos a ver –murmuró Albert, comenzando a bajar la montaña junto a su señora, con el caluroso sol en sus espaldas, volviendo a su rutina, retomando su búsqueda.

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Meses atrás, en los dominios astrales de Chained God…

Gaddala, ¿por qué no me respondes? –preguntó el demonio al aire, sin obtener respuesta de su subordinado, sentado en su trono de miasma, corrompiendo el terreno astral, escuchando un extraño ruido no muy lejos de él, levantándose de su descanso—. ¿Qué es esto?

Chained God encontró el cuerpo desmembrado de Gaddala, envuelto todo en lo que fuera anteriormente sus intestinos, como si lo hubieran empacado en una bolsa para transporte, derramándose los tóxicos fluidos del cadáver por entre los órganos desgarrados, agarrando el cuerpo para intentar asimilarlo y así recuperar su poder, mordiendo las carnes putrefactas, quemándose gravemente la lengua en el proceso, chillando horriblemente, desechando los restos.

Esto no ha podido hacerlo un humano, ¿quién está detrás de esto? –se preguntó el demonio, soltando a Gaddala, viendo como su mano también había resultado dañada por el contacto con el fiambre, sanando la quemadura con sus poderes.

Han vuelto más fuertes que antes, con un nuevo amigo y el bello recuerdo de una obra que solamente permanecerá registrada en sus corazones. ¿Al fin encontrarán el encargo del maestro de la hechicera?, ¿qué papel juega la sombra en toda esta historia? Esto y mucho más en el próximo capítulo de BLAZE!

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