El Tíbiri Tábara

El Tíbiri Tábara

Martin Jurado

21/01/2019

A mi me decían el Tíbiri Tábara. Tíbiri por aquí, Tábara por allá. Hasta me hicieron una entrevista en televisión nacional, con todo y polémica de por medio, que porque yo era un porro revoltoso cuando la huelga de los estudiantes reaccionarios y las amas de casa que afirmaban, les remplazaron el cilantro por el perejil y que el precio del chayote estaba por los aguacates. Ya desde niño me conocían por ese apodo, y muy poco les importó el Jesús Alejandro que mis padres eligieron, durante nueve meses de pleitos y desacuerdos, porque mi madre le cagaba mi abuelo Jesús, el cuál le lanzaba piropos cuando estaba borracho, y mi padre decía que Alejandro era un puto ex novio de mi madre. Tampoco les importó el Rodriguez de mi bisabuelo, que según contaban mis tíos, luchó al lado de Pancho Villa, tenía cinco mujeres a las que mantenía con doblones robados y corrió la maratón de Visitaciones a los cincuenta años y terminó en el último lugar. Del Martinez de mi madre ni digo nada, porque se fue disolviendo entre los apellidos menos célebres de la región, así que cuando me metieron a la cárcel por andar de huachicol, a todos les dije que yo era el Tíbiri Tábara a sus órdenes, y apenas tenía dieciséis pero ya iba en la mañana a lavar las letrinas de los narcos menos afortunados, porque el juez decidió juzgarme como adulto y meterme con los mexicas, los aztecas y el cartel del golfo, y en la tarde a guiar a las putas, pasele por aquí mi reina, allá en la celda siete con El Camarón, y usted hasta el fondo, con los hermanos Carioto, y las otras cinco un ratito con cada uno de los cacharpos, allá en el patio, ni modo, las van a estar viendo los guardias, pero ni se apenen, que al fin y puede que les salga chamba.

Y traía cigarros, alcohol, juegos, playstation y dvds, juguetes sexuales, comida de importación, drogas, armas, medicinas y así entre tanto contrabando, golpizas, gonorrea y clamidia, me llegaron los diecinueve y me soltaron por falta de méritos.

Pero ya tenía mis contactos en la calle, ex convictos que me debían favores, policías, jueces, uno que otro diputado y uno que otro senador, periodistas, pequeños empresarios, vendedores de cosas robadas, artistas, locos de la calle, jugadores y bailarinas de ballet. Dejé los mandados y comencé mi carrera como el Tíbiri Tábara de parate en aquella esquina y vende diez gramos de meta anfetaminas, no azules, como las de Breaking Bad, sino normalitas, de calidad muy baja para enganchar a los adictos, ahora asalta éste camión de cigarros, después te vas a la casa del comandante para ser escolta de su mujer y sus hijas y mañana te vas con la amante que quiere viajar a Valle de Bravo, total que de a poco fui subiendo hasta tener mi territorio, justo en la salida de Contratos, dónde hay playa y musica y antros, y olor a mar, a brisa fresca, donde Tania y yo pasábamos los veranos, ella en ese bikini elástico color blanco con rayas azules, tampoco me decía Jesús ni Alejandro sino mi Tíbiri Tábara, te quiero mucho aunque me hagas enojar tanto, mientras me besaba en el jacuzzi, y cuando no estaba con ella los demás me preguntaban a cuantos había matado y yo decía siete y ora nueve y ora doce, pero nada era personal, solo parte del trabajo, y eres tú o ellos. Entonces le compré la casa a mis viejos con su clima artificial y una tina de hidromasaje y a las putas que iban a la cárcel les arreglé sus apartamentos, para que recibieran a sus clientes en sábanas limpias y paredes esmeraldas. Y es que el dinero compra muchas cosas pero el poder intimida a las personas.

Decían que me parecía a Tin Tan, porque siempre andaba cantando, en los salones de baile y bien marihuano. Pero nunca dejaron de llamarme el Tíbiri Tábara, incluso así escribieron en mi tumba, porque de tantas cosas que aprendí en la cárcel y al salir de ella, de las pocas enseñanzas de mis padres, de la experiencia en el cartel, nunca supe cómo sacar una bala en el pecho, dos en la pierna, una en la carótida y tres en la espalda, a reemplazar un pulmón perforado, detener un choque hipovolémico y múltiples hemorragias internas, así que fue mi ignorancia además de los ochenta disparos de los sicarios del cartel del Golfo, los que mataron al Tíbiri Tábara.

Ya veo a Tania llorando por su Tíbiri Tábara, luego vaciando las cuentas y la caja de seguridad, viajando a Aruba en primera clase, mientras en el trabajo le dicen a otro chico como el Tíbiri Tábara del pasado, que se encargue de mi territorio, que se acueste en esa playa de la salida de Contratos, con chicas en bikini, drogas y música de banda y tal vez entre los tragos y la euforia alguien se acuerde del Tíbiri Tábara.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS