Desde Altea, vi mi aldea

Desde Altea, vi mi aldea

Javier Artero

30/09/2018

Pasaron 3 años, desde que empezó la guerra civil en España, en 1936, yo no tuve más remedio que huir solo, hasta los pirineos, y refugiarme escondido en aquella cabaña abandonada de Eyne, donde dos franceses me ayudaron a refugiarme, esos 3 años. Llegó el momento de regresar a Altea, mi tierra, un pueblo tan pequeño que incluso parecía una aldea. Volví con la esperanza de volver a reencontrarme con mi mujer y mi hija, que cayeron en las manos del ejército, pero tenía la esperanza de volver a verlas con vida, y pensar que consiguieron escapar, y volver a Altea con vida. Volví a Altea, pero lo único que me encontré fue un pueblo fantasma, en el que solo oscilaban el humo y la huella que había dejado el sufrimiento. Y ahora yo, el día de hoy, 4 de octubre de 1940, con mi cigarrillo y el mechero en la mano, con un lápiz y unas hojas de papel, habito en Altea, el pueblo fantasma, donde aún reside el fuego, esa llama llena de sufrimiento, y donde escribo estas palabras, que quizás en el futuro den testimonio al sufrimiento que deja la gran y monstruosa lucha a la que el ser humano llama «guerra».

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