Entro a la tienda de sombreros, se oye la campanita de la puerta y una corriente de aire deja entrar la oleada de frío invernal que padecemos en esta temporada del año. Un hombre viejo aparece en el mostrador, se acerca y me pregunta si deseo un pasaporte. Le digo que no, que quiero comprar un sombrero. Me mira con una sonrisa sarcástica y comenta que no tiene el tipo de texano que busco. «No lo va a necesitar—dice cerrando con llave la puerta de la que ahora cuelga una tabla indicando que el local ha cerrado—. Necesita viajar ahora mismo». Lo miro dudando y le pregunto si sabe la contraseña. Responde la palabra indicada. Me habían dicho que tenía que comprar un sombrero y dirigirme a la estación de trenes. Él me muestra un pasaporte con mi foto y me pide que lo siga. Bajamos a un sótano, enciende una luz y me muestra una mesa en la que hay una especie de radio muy grande. «Viajará al año 96 en esa época ya no hay muchas personas que usen sombreros. Tendrá que actuar rápido porque el campo magnético inter-temporal dura unas cuantas horas y si no vuelve a la hora exacta habrá un desface y se quedará en otra época, Eso, ya sabe lo que implica, ¿verdad?

Sé que está al tanto de la misión, le pido la pistola y los planos del lugar al que tengo que dirigirme. Me recomienda que me ponga de inmediato el uniforme de obrero, que pase a través del laberinto de la planta, que suba hasta la oficina del ingeniero en jefe y que entre sin miramientos. Le digo que lo sé todo a la perfección. «No se vaya ha equivocar—dice con una cara muy triste—. El enviado anterior se confundió en el momento en que entró y le disparó al acompañante del ingeniero. Luego han pasado cosas horribles. Usted debe corregir ese fallo. Mire, estarán vestidos los dos de traje azul, son bastante parecidos, cómo decírselo…¡Ah, ya sé. Como el cielo y el mar a los que solo divide la línea del horizonte. En fin. Hágalo bien por amor a la humanidad».

Pongo las manos sobre el aparato, me indica con el dedo la fecha a la que me dirijo: 10 de septiembre de 1996 es un espacio de tiempo al límite de la tolerancia del aparato, pues lo máximo son cincuenta años. Podría desviarme con una turbulencia magnético temporal, pero si ya un hombre ha viajado antes que yo, lo más probable es que no haya riesgo. El hombre ha programado el cacharro y en unos segundos partiré. ¡Uf! ¡Qué mareos!!Voy a perder el conocimiento…!

¡Santo Dios! ¡Qué dolor! Bueno, ahí está el casillero, debo dejar mi ropa allí. El uniforme es de mi talla y las botas también. Escondo en el bolsillo el revolver. Veo a unos obreros llevando cajas al almacén. Uno me saluda y me desea buen provecho. Veo el reloj, es la hora del almuerzo, camino por un largo corredor y llego al ascensor que me llevará hasta la oficina del ingeniero. Salgo despacio y saludo a la secretaria, parece que me conoce bien porque me indica con los ojos que entre. Abro la puerta, veo a dos hombres idénticos. Le disparo al de la izquierda y salgo corriendo. Llego agitado hasta el casillero, me cambio de ropa y en el momento en que me pongo los zapatos hago el salto de nuevo. ¡Uf! ¡Qué mareos!!Voy a perder el conocimiento…!

Despierto delante del aparato. Lo reviso y en la pantalla dice que la misión ha fallado. He matado al hombre incorrecto. Me levanto para abandonar el sitio y huir. Los errores en estas misiones, me lo han advertido, son imperdonables. Noto que algo anda mal porque estoy un poco viejo, me duelen las articulaciones y camino con dificultad por el efecto del salto. Subo con mucho trabajo la escalera y cuando salgo al mostrador se oye la campanilla, debe ser algún agente que viene a liquidarme. Me acomodo las gafas para ver mejor. El tipo se acerca y me pregunta si tengo sombreros texanos. Reconozco la contraseña, le respondo que si desea un pasaporte. Se queda parado y me aseguro de que nadie lo acompaña. Volteo la tablilla de la puerta, me acerco a él y le digo que tenemos que bajar al sótano.

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