Con una mirada torpe, de esas que buscan un refugio solícito en árboles secos por otoños grises, trató de encontrar a quien buscó durante años de angustia y soledad.
Conectó sus párpados con los latidos de su corazón impaciente, frotó sus manos ante aquel frío que se hundía en sus huesos hasta paralizarlo.
-No llegará-, pensó.
Al cabo de unos minutos, las puertas de la clandestina capilla se abrieron a hurtadillas de sus más apesadumbrados recuerdos.
Dos, tal vez tres personas -no lo recuerdo bien-, entraron con ella. Aún resguardaba la hermosura de sus años mozos. Se apoyó sobre la madera extática del costado derecho y con unas lágrimas en los ojos le besó la mejilla izquierda.
D.P.
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