Volví a fijar la mirada en ella, sin dudar, como si me obligaran a hacerlo. Una mirada fuerte, una mirada que seguramente si hubiera sido mutua habría encendido al diablo. Pero no miró.
Solo yo, con 7 segundos el mundo se redujo a su cara. A su pelo. A sus ojos cristalinos. A su nariz redonda y pequeña. A su boca ligeramente dibujada. Todo era ella. Y nada yo. Se me abrió de golpe el corazón, mi latido sonaba en mi cabeza como un centenar de timbaleros buscándome. Ella estaba en todos los sitios. Aparecía y desaparecía instantáneamente. Dondequiera que fuera ella me seguía. Ella siempre estaba conmigo. Abría los ojos y su rostro podía aparecer en la de cualquiera. En la de cualquiera menos en la mía. No penséis que yo la buscaba.
Sencillamente ella emergía de entre la multitud y yo… Yo no podía hacer nada más que mirarla.
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