Éramos jóvenes y creíamos
que amar era ponerlo en palabras
sin importar los sentimientos
que se escondieran bajo la almohada.
Las frases pensadas y expresadas
eran solo pedazos de aceptación y complicidad,
como si las mascotas cambiarán
caricias por verbosidades.
Nos hacían felices de la misma manera
que un pintor y un esteta
se miraban a los ojos a través de un cuadro,
con sus sentimientos colisionando la realidad.
Más allá de la palabra
estaba la verdad
Las ganas de verte
apenas cierras la puerta al salir
Las ganas de abrazarte
que se sincronizan con los latidos
Las ganas de saber que sonríes
aunque no sea conmigo.
El amor era realmente de lo poco
que nos pertenecía,
donde nos olvidábamos que la información
se recibe de los sentidos.
Motor de artistas,
creador de sueños
y en los solitarios silencios
a veces ruido.
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