Sentado en la arena mirando el mar,
intentando comprender su inmensidad
y los deseos que podría tener
dentro de su gran poder.
Siempre se acercaba con fuerza,
nada lo movía de su ciclo inalterable
porque de alguna forma
no llegaba a su objetivo.
Tal vez el mar solo quería tocar
la orilla sin romperse,
sin que su propio interior
lo detuviera justo al final.
Que impotencia de existir
en ese “movimiento detenido”
de ver tan cerca
el roce cálido de la orilla.
Como el niño que en puntillas
no alcanza la flor
para regalar a su amor.
Llore, cerca de la orilla.
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