Te ofrecí un mate.
Te miré diferente; esta vez me detuve. Me tomé mi tiempo para verte entero haciendo algo tan habitual como tomar un mate mientras mirabas la tele, pero hoy era especial. Tenías los ojos claros. El sol te pegaba en la cara, como cuando terminamos de hacer el amor. Eran claros, de un verde amarronado, casi transparente.
El tiempo estuvo completamente detenido. Era el día ideal; Podría haberme quedado horas mirándote.
Escribo y me invade la misma sensación que cuando te veía. Una emoción muy fuerte.
Me cebaste un mate, pero lo dejé de lado, no porque no lo quisiera, sino porque el deseo de abrazarte me era más urgente. Tenía la necesidad de hacerlo. Mis manos empezaron a acariciarte y, de a poco, sentí más y más las ganas de fundirme con vos. Un abrazo no era suficiente; así es mi intensidad: no puede describirse con palabras, solo sentirla y darle el lugar que merece.
Nos abrazamos un rato largo mientras sonaba El Plan de la Mariposa. Bailamos, como en las épocas en las que pasaban lentos en los bailes. Afuera no importaba nada. Pocas veces pude expresar con exactitud lo que sentía. Hoy no era necesario… Las lágrimas, que sin esfuerzo salían de mí, hablaban por sí solas. Pero te descolocó. No sabías si estaba bien o no.
— ¿Qué pasa, mi amor? — Preguntaste.
—Nada malo — Te respondí.
Todo estaba bien. Era feliz en ese micro mundo de tus caricias en mi espalda. Las pequeñas discusiones de la convivencia no existían, no importaban.
—Te amo, mi amor. Sos muy importante para mí — Fue lo único que pude decir, entre lágrimas que mojaban tu pecho.
Escuchaba tu corazón tranquilo y me calmaba. Entré en un submundo profundo. Deseaba ser la mujer que te hiciera feliz, que te enorgullezca tener al lado. Tantos años, y mi amor sigue intacto. Me encantás, me divertís, me hacés enojar, y sí, sos muy importante. Puedo reafirmarlo: estoy loca, pero también lo estoy por vos.
Te quiero gigante.
Te quiero, gigante.
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