De chico tenía un dinosaurio en el patio.
Al principio mamá no lo quiso, dijo que era peligroso, que los vecinos iban a llamar a la policía, que se iba a comer sus plantas. Me lo encontré una tarde jugando en la plaza, no sabía hablar pero sus ojos lo decían, guardaba un secreto.
Era muy grande, una especie rara nunca vista en ningún libro. Papá decía que había que venderlo, que podíamos ganar mucha plata. Un día lo vi llorar, no hacía sonidos pero lo vi. Una lágrima pesada cayó de lo alto de su ojo como si fuera una gota de lluvia.
– ¿Qué te pasa? – le pregunté pero no supo cómo contarme.
En lugar de crecer se iba encogiendo y un día lo dejé de ver. Desapareció, se convirtió en hormiga o algo así.
Mi hermana me dijo que nunca existió, que era un invento de mi cabeza, que a todos nos pasa, que el que creció había sido yo.
De chico tenía un dinosaurio en el patio, tenía alas chiquititas y dependiendo el clima cambiaba de color. No sé que le pasaba pero estaba muy triste, creo que se extravió de su manada o algo así, existió y tenía un secreto pero no me lo pudo contar. Un día se convirtió en hormiga y no lo vi más, pero no lo inventé, lo juro.
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