Científicos demostraron que los fantasmas no existen. Montaron un experimento en base a una encuesta que indicaba un alto porcentaje de creyentes en esos fenómenos.
Juntaron un grupo de voluntarios, a la mitad le dijeron que el teatro en el que iban a pasar unos minutos estaba embrujado, a la otra mitad, que era un sitio en obra. La mitad prevenida, manifestó haber tenido alguna experiencia paranormal. La otra mitad, no.
Descartaron también cuestiones como la parálisis del sueño, y los orbes de luz, atribuyéndolas a fallas en el cerebro, nervios, frecuencias sonoras aleatorias, el moho de las paredes que causa alucinaciones, y otras razones químicas.
El líder del trabajo no dijo lo que vivió al retirar los equipos del teatro. Guardaban las cajas en la camioneta, y al terminar, se quedó solo revisando que no olvidaran nada.
Sintió un escalofrío en la espalda. Se dio vuelta, no había nadie. Levantó la vista y en el primer palco, vio con claridad a un hombre alto, vestido de negro, con un sombrero y una capa. Lo saludó y se desvaneció.
Sabe que no se encuentra bajo presión, no tiene nada malo en el cerebro, y en recinto no hay moho, ni nada que emita sonidos.
Salió y dijo que se demoró revisando.
Arrancaron y se fueron.
Nunca volvió a pisar el sitio.
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