A la familia Mifgione

Debo confesarles que he pasado más de dos horas tratando de encabezar esta carta. Al final, tuve que optar por no escribir encabezado alguno. ¿Cómo podría redactar unas palabras tan vacías e inoportunas para esta situación? «Amados padres…» o «Queridos mamá y papá». No. Nunca podré escribir esas frases y menos después de todo lo que me han hecho. Sin embargo, sé que ustedes las desean, quieren recibir esas palabras en una carta de su amada hijita. No lo hacen por mi bienestar, sino para que puedan seguir montando la farsa de cuan buenos padres son. Sepan que no pienso darles el gusto. El solo hecho de imaginarlos en la sala, reunidos con los Pérez y los Gómez me provoca náuseas. Sé lo que harían. Seguramente mamá diría que me extraña mucho y largaría una lágrima fría de cocodrilo (solo una, como siempre) que sería tan falsa como la amistad que tienen con esas familias. Papá agregaría comentarios sobre el costo económico y el esfuerzo que les ha significado internarme en una clínica mental a kilómetros de distancia, cuando en verdad, ni siquiera saben dónde estoy.

Nunca reconocerán que fueron ustedes quienes me obligaron a recibir educación en casa y no me dejaron tener una vida normal. No sufro esquizofrenia, paranoia, pánico y no sé cuántas cosas más. Quienes tienen todas esas patologías (y también otras) son ustedes. Tampoco dirán que me tuvieron encerrada una vida rezándole oraciones a un dios que jugaba a castigarme cuando, en realidad, quienes me castigaban eran ustedes.

Pero todo aquello es pasado y nada podrá evitar lo que se viene. No piensen que he perdido el hilo de esta carta ni tampoco su objetivo principal. Estas líneas tienen un solo sentido y es el de culpar. La culpa siempre fue de ustedes y de nadie más. Lo que aún no decido es si aparecerán los nombres suyos, el mío o los de los tres (ya saben, como la buena familia que solíamos ser).

La respuesta estará en las próximas necrológicas.

P.D: Me cago en los Pérez, en los Gómez y, más que nada, me cago en ustedes.

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