¡Vamos a pedir calaverita!

¡Vamos a pedir calaverita!

joel lozada

27/10/2022

¡Vamos a pedir calaverita!

Cada año sale un ejército de niños cuyas armas son sus disfraces y sus calabazas de plástico. Su camuflaje de batalla es el maquillaje que en cada pequeño rostro retrata a un ser de ultratumba.

Así se pueden ver monstruos que no rebasan el metro treinta de estatura, situándose ante las puertas de las casas. De ellas salen sus propietarios para entregar alguna golosina, convocados por un grito: “Mi calaverita tiene hambre”.

Hay un niño que se une al pelotón de recolectores, en cierto momento de la noche, que ni los padres ni los otros niños logran recordar con precisión. Ese niño no habla. Cuando se le pregunta cuántos dulces lleva recolectados, se limita a enseñar el contenido de un pequeño costal de yute.

El pelotón vuelve a la carga cruzando a toda velocidad la calle, de un lado a otro, y no falta un hombre lobo, un vampiro o un monstruo de moda, que diga: «Tráiganse también a Camilo», pues hasta antes de aquel momento, nadie sabía el nombre de aquel niño. Cuando fue cuestionado señaló, con su índice, manchado de sangre de sirope de fresa, el nombre bordado en un pañuelo que cuelga del lado derecho de su pecho. El pañuelo está prendido con cuidado con un alfiler de seguro.

La noche va enfriando y los niños van relevándose. El cambio de turno significa que hay nuevos monstruos, nuevas momias y nuevos padres que luego de su jornada laboral, se han convertidos en brujas, charros y picapiedras.

Llega una señora esbelta y menuda que sangra por la frente y que sonríe cuando toma la mano de Camilo. Ambos se llevan dulces y chocolates a la boca descarnada. Ríen y lloran al reconocer el sabor de cada golosina.

Camilo es el único niño que pide su calavera a la puerta de la casa de Doña Vicky. A los niños de hoy, no le gusta recibir fruta, por eso no piden en esa casa. Sólo Camilo recibe las guayabas, las mandarinas y algunos cacahuates. Este año hubo suerte, Doña Vicky compró plátanos morados.

Por la mañana del 02 de noviembre, personal del municipio, se esmera en dejar limpia la calle. Barren envolturas de tofees, paletas y paletones, papeles encerados que aún huelen a caramelo suave con sabor de uva, y un costalito de yute que todos los años parece abandonar alguien junto a una veladora y una cruz que reza en sus brazos: «A Lidia y Camilo de su amante esposo y padre»

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