Enterraste una bala al enemigo. Fecundaste odio en vez flores. Mataste al canario de la abuela con un disparo de nieve. Rezaste para que Dios te perdone, pero jamás pediste perdón a la madre del joven que mataste. Ahora los cigarros se acaban, la balas también, pero jamás tu conciencia, esa te comerá los huesos y las flores de tu alma. Sueñas con sus ojos, asustados, perdidos, entre el cielo y la tierra. Te creíste hombre al matar, pero jamás pensaste que perderías tu alma para siempre. Esta noche los grillos cantan, del sueño de la tumba de quien mataste, naceran las flores más bellas, que tú jamás podrás oler en tu vida.
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