Esperar que el reloj lleve sus saetas al lugar preciso;

esperar que el confiado pececillo caiga en el engaño;

esperar que el amanecer haga desaparecer las nocturnas sombras;

esperar que la hoja seca abandone su asidero y por el suelo sea recogida;

esperar que el cuerpo sea vencido por el cansancio y se entregue al sueño;

esperar que la marea humedezca la arena;

esperar que madure la fruta; 

esperar que se derrita la nieve y crezcan los ríos;

esperar que muera el otoño para que nazca el invierno;

esperar que anide el ave, que eclosione el huevo y aparezca una nueva vida;

esperar que el niño crezca y se convierta en hombre;

esperar que reverdezca el campo que el fuego tiñó de gris… 

Esperar,
basta solo esperar para que todo acuda a su cauce,

para que la guerra agonice y  renazca la paz,

para que los vientos serenen y vuelva la calma,

para que se haga hombre el que hoy es niño,

para que ocurra lo que ansiamos,

para que la desconfianza se desintegre y aparezca el respeto, 

para que vuelva el amigo enemistado…

Para que todo, absolutamente todo, llegue a alcanzar su objetivo, basta esperar, 

solo esperar.

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