Se perdió entre los abetos mi intención de besarte.

La verde vista serenó mi impulso,

ávido por desahogar la pasión contenida,

y controló el desenfreno que me amenazaba con fluir con ímpetu y locura;

La pineácea frondosidad mimetizó mi insurgente libido, 

que se apoderaba de mí y hacía flaquear mi voluntad,

la poca que me quedaba.

Pero allí estábamos;

distraída,

como si desconcieras mi intención,

y yo temeroso por que te percataras de mi verdadera ansia. 

Y hablamos de nosotros,

de nuestras cosas,

de los mágicos momentos compartidos.

Y tu serenidad,

como cómplice compañera de equipo,

contagió mi inestable estado.

Por eso el beso fue intención de ambos,

o como si nos hubiesen animado los abetos.

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