El sótano de
mi alma es mi lugar secreto. El verdadero lugar secreto, el único que existe
sumergido en el fondo del mundo real.

Como si fuese un
Dios en medio del génesis, allí preparé una mezcla con la tinta espesa de todas las palabras que
tuve para ti. La humedecí con tristeza y un poco de la densa neblina que trajo
tu ausencia. Y con ese barro amasé tus formas, que tengo milimétricamente
grabadas en los ojos. Tu sonrisa perfecta, tus dientes alineados que imagino
como un dique conteniendo las palabras que nunca más dijiste. Tus labios
delgados y sutiles que supuse como perfecto complemento de los míos, tu lengua
que quise impregnar de mis sabores.

Ajusté mis manos
en forma cóncava para moldear la redondez de tus senos, la curvatura de tu
cintura, el círculo mágico de tus glúteos. Requerí el uso de ambas para reproducir
tus piernas robustas y de mi máxima precisión para delinear unos dedos iguales
a tus manos, para rellenar las huellas dactilares con las caricias que imaginé
guardadas para mí, y para almacenar en la planta de esos pies hermosos todos
los pasos que faltaron para llegar a nuestro encuentro frustrado.

Traté de ser
artista para pintar en los ojos ese brillo que tanto extraño, el único que
podía decirme más allá de tus palabras que allí había un corazón latiendo en
sincronía perfecta con el mío. El que me convenció de que tú y yo éramos una
historia para todas las vidas.

Y deje para el
final lo más complejo, abrí un orificio interminable que inició en la mente y
se alojó en los ventrículos del corazón. Y lo fui llenando de los sueños que
alguna vez tuvimos. Sueños dulces, sueños obscenos, sueños complejos y sueños
cotidianos, todos posibles pero ninguno con la fuerza necesaria para salir del
capullo y volverse realidad.

Luego abrí
su boca y lance dentro de ella una imitación de vida, hecha con tus recuerdos,
con todo aquello que recuerdo de ti. Tu voz, tus sonidos, tu risa y tu metralleta
de palabras. Fue así que la construí, a ella que tiene tu rostro pero
ya no eres tú.
Como un simulacro.

Allí, en el
sótano de mi alma, le fabriqué una historia, le sembré las ganas de nosotros y
la escondí del mundo
real. Tan ajeno para nosotros y tan diferente de esta utopía.

Cuando todo
estuvo listo recogí mi cargamento de sueños vencidos, el ataúd de esperanzas y
las cenizas de mis convicciones y atendí finalmente a tu orden de desalojo.
Abandonando el borde de tu labio, dónde todavía me sentaba cada mañana a
esperar que mi nombre saliera, como un volcán que estalla, o como un susurro al
menos. Porque el amor a veces es un poco ingenuo y muy tonto, y tontería e
ingenuidad son el hábitat perfecto para que germine la esperanza.

Y fue así como
me fui un día cualquiera a vivir en el sótano del alma. Con esa imagen
tuya que intenta ocupar tu espacio.

Afuera, el
mundo existe y la tierra rota todos los días sobre su mismo eje, ajena a mis
sueños. Y por él me muevo como uno mas de los mortales. Sin que nadie sepa del
mundo subterráneo que existe debajo de mi piel y mis huesos, del río de lava
donde navega tu recuerdo ardiente. Transito por el como un loco bipolar que deambula
de incógnito entre la multitud.

Es mi lugar
y quiero que siga siendo mi guarida secreta. Que no entre nadie, nisiquiera tu.
Tal vez tu menos que nadie. Aquí solo cabemos tu imagen y mi locura.

Así que
avanzo, sonrío y vivo. Bendigo todos los días al sol que me abraza y hago que
cada día valga la pena. Mientras adentro, allá en el sótano. Beso y abrazo con
fuerza al muñeco de barro que ocupa tu lugar. El tótem que simboliza el sueño
que fuimos…

(Leo lo que escribo
y se revela mi locura. Soy un loco abrazando una figura de barro que representa
el sueño que alguna vez fuimos. Un loco soñando con un sueño que ya no existe… Sin
un trocito de realidad de donde agarrarse)

Misletrasparati
ahora suena como una ironía. Sigo escribiéndote a pesar de que tú ya no
transites por este lugar. Es una carta al pasado, escrita para los ojos de la
mujer que fuiste, del sueño que fuimos antes de ser olvido.

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