Comienza con una pequeña astilla en el pecho que solo te hace dudar si de verdad todo esto está pasando, luego una capa gruesa de esperanza e ingenuidad que intenta desesperadamente evitar lo que sigue después, cuando en realidad solo es una acción ilógica que no es más que un problema.

El resentimiento es lo que continua, pero este se queda en el fondo, profundo en los huesos, calentando todo el cuerpo de una manera gratamente sorprendente, pues la ira que flota alrededor del cuerpo es por sí misma tan abrasadora que nubla todo pensamiento lógico posible.

Irónicamente todo esto se centra en el gran frío que deja, un frío pesado, que solo con el pasar del tiempo se vuelve un hueco sin fin que te destroza lenta y dolorosamente. Un frio que se convierte en el recordatorio constante de cuando aquella piedra de esperanza y apoyo  se convirtió en la navaja que rompe la confianza y todo aquello importante que lo unió.

 

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