El beso, resultado de besar, acto de presionar con un suave roce de labios a otra persona a modo de saludo o como manifestación de afecto. Tiene múltiples sentidos, carácter que le confiere diversos nombres. Su mensaje, más o menos invisible, provoca diferentes efectos, siendo la euforia, la alegría, el confort, el sosiego o la excitación los más relevantes. Son muchas las llamas que prende, y es la sensibilidad labial su vehículo conductor, compendio de tacto e intensidad. Besar es sinónimo de acercamiento, compañía, amor, serenidad, amistad, saludo y cura.

Un beso degusta todo el cuerpo y penetra en el alma. Es mucho más que mil palabras, es la dicha de percibirlo, el culmen de los sentidos, complemento de vida a vida esculpido en una caricia suave y cálida. Con un beso se cautiva, se rememora lo pasado y se recibe lo presente, aunque también se lastima y se abren heridas. Fusiona el encuentro, sella la intimidad, acaricia la ternura de la piel, placer de sentir lo extraordinario. Es hechizo, pura miel en los labios. Es delator de aquello que otros sentidos esquivan, palpitar de sentimientos bellos y majestuosos. Uno solo basta para enamorar, para amar por siempre, estremecedor cuando se entrega en deseo. Aviva el fuego en la boca que arde en las entrañas e incita el verso cuando se desliza, sentimientos que galopan a su ritmo, apasionados, calientes, sutiles, húmedos, suaves. Inicia historias, evoca memorias y diluye hechizos.

El beso eleva a la cima anhelada, a la más profunda inmensidad. Con él se entrega el sentir verdadero, matriz que lo dice todo. Roba la cordura, borra el pesar y añade esperanza. Es sabor y latido del otro, festivo brindis de color y música arrulladora. Es desenfreno, absoluta eternidad, completo embelese, entrega de fidelidad. Es guía y es despedida, y no deja de ser aun al separar los labios. Entonces se atesora en sueño, en anhelo o en remembranza. Contacto que, desde el corazón, sabe a mucho y que, vacío, no sabe a nada.

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