Mientras me encuentro meditando sentado a la sombra de un viejo roble, una hoja suya resbala por mi cabeza aterrizando justo en mi mano.

Inmerso en mis pensamientos divago tratando de encontrar en cada nube una respuesta a todas mis inquietudes.

El Ho’oponopono no ayuda a concentrarme y, aunque lo intente una y mil veces no cambia nada en mi interior. Quizá deba tratar con La Llama Violeta, o con Cuarzos o mantras tibetanos. No lo sé. Y mientras divago en estas técnicas, mi mente no puedo estabilizar.

Entonces caigo en la cuenta de cuántas hojas yacen en el prado. La mayoría ha perdido ya todo resquicio de vida. Alguna que otra aún conserva parte de su verdor. Será que se cansó de depender del árbol y trató de buscar su propio destino antes de madurar.

Por un momento me siento identificado y recuerdo que lo mismo me ocurrió a mí. Me cansé del “mientras vivas bajo este techo harás lo que yo diga” y preferí cobijarme bajo el manto de las estrellas. Después de todo no me fue tan mal. Nunca me faltó sustento y me bañé cada día con libertad.

Fui considerado la oveja negra de la familia, y aunque obtuve un título universitario, aprendí a base de golpes. Cada uno dejó una cicatriz grabada en mi cuerpo… y en mi corazón.

Ahora ya estoy viejo, no tengo la menor duda, aunque digan que la juventud se lleva en la mente, esta también se cansa de pensar y el tiempo pasa factura. ¡Que me lo digan a mí!

Otra hoja vuela sizagueando y cuando parece que se va a posar en mi otra mano, al último momento gira, quizás debido a algún viento vagabundo, y se posa a un costado de mi pie derecho. Entonces recuerdo cuántas veces actué igual; cuando pretendía aterrizar en el cielo, a último momento cambié de rumbo y acabé atrapado entre mil infiernos, de esos que hay muchos esperando, con las puertas abiertas, atrapar a un incauto.

Trato de contar cuántas hojas hay sobre el césped y caigo en la cuenta de que tal vez cada una de ellas representa una acción en mi vida. Algunas parecen haber sido colocadas con mucho cuidado sobre el verde césped. Otras, la mayoría, simplemente acabaron donde el viento las llevó. Las más lejanas supieron planear y en lugar de dejarse guiar por el viento, lo utilizaron para llegar lo más lejos posible del árbol que las vio nacer como queriendo, de esta forma, demostrar al viejo roble que ya no necesitaban de él.

Nunca supieron valorar la grandeza de aquel árbol que no obstante perder tantas hojas, se enarbolaba cada estación mostrando su poderío.

Entonces me siento el viejo roble y cada hoja suya es una gota de mi sangre que abandona mi cuerpo, vetusto y cansado, pero que aún sigue en pie enfrentando las tormentas, los temporales, los otoños.

Tengo en mi tronco grabados corazones testigos de amores diversos, furtivos unos, eternos otros, pero cada uno cuenta su propia historia de amor. Muchas son las ramas que conforman mi cuerpo, fuertes unas, débiles y maltrechas otras. Todas partes importantes de mi ser. Aunque el paso del tiempo cala mi corteza, aún sirvo de refugio a mil aves peregrinas y mi sombra da cobijo a parejas ilusionadas. Nadie conoce mis raíces, que son las que sostienen mi existencia, y mientras más hondo se aferran a la tierra, más alto me permiten erguirme intentando arañar el cielo.

Soy presagio del invierno y consecuencia de mis veranos. Nunca volveré a ser primavera pero soy fundamental para lograr una transición benigna.

El día que conocí a mi padre parecía ya ser demasiado tarde, su ser flotaba ya entre nubes de ilusión. Me arrodillé y lloré por no haber podido entenderlo cuando lo tuve cerca, cuando pude tocar su piel, escuchar cada latido de su corazón, sentir su respiración.

Ahora yo soy el que llora y baño con mis lágrimas mi descendencia. Y no encuentro consuelo a mi dolor.

Lleno mis manos con hojas secas que recojo del césped y me baño en ellas; entonces comprendo que son aquellas que permanecen sujetas a mí las que me mantienen vivo. Dan vida a mis sueños y deciden el camino que cada raíz debe formarse en su viaje tratando de penetrar cada vez más, pues mientras más hondo llegue, más alto me permitirá crecer.

El invierno se encuentra cada vez más cerca, presagiando una estación gélida y oscura. Sin ella la primavera no tendría cabida. Nuevas ramas nacerán y una vez más habrá flores bellas. El canto de las aves se escuchará y otra vida resurgirá.

Tuve muchos hermanos, pero cada uno desarrolló sus propias raíces. Nunca una rama suya me ayudó a crecer. Cada uno creció y floreció a su manera, tratando de alcanzar el cielo que les daría la tan anhelada felicidad. Y ninguno la encontró, pues ella no se encontraba tratando de crecer en soledad, sino ayudando a los demás a encontrar la suya.

Un día fui primavera y tuve mi verano; ahora soy otoño pergeñando mi invierno.

Miro al cielo y veo una estrella, pero una nube la pretende ocultar. Entonces me doy cuenta que aunque no la pueda ver, allá en el infinito, esperando por mí ella está.

—FIN—

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