—Vamos, pequeño es hora de iniciar nuestra caminata matutina. 
—Pero, abuelo, aún no empieza a salir el sol. Déjame dormir unos minutos más. 
—Debemos apresurarnos. Ayer llovió toda la noche y hay algo que quiero  mostrarte.

—¿De qué hablas, abuelo?¿Cuál es esa cosa tan importante que no puede esperar?

—Ven, te lo mostraré, pero debemos apresurarnos, porque una vez que termine de salir el sol, ya no podremos disfrutarlo. 

Con un gruñido imperceptible, me senté en la cama estirando mis brazos para desperezarme. Aunque no lograba entender qué era tan importante, amaba tanto a mi abuelo que no podía rehusarme a acompañarlo. 

Salimos juntos y nos adentramos en el bosque que colindaba con el patio trasero de la casa. 

—¿Lo ves? Te dije que valdría la pena apurarse, —me dijo mi abuelo al tiempo que levantaba ambos brazos e inspiraba inflando sus pulmones a su máxima capacidad. 
—Pero, abuelo, yo no logro ver nada. 
—No se trata de que lo veas;  debes sentirlo. Solo cierra los ojos, estira tus brazos lo más posible,  y respira profundamente. 

Por un momento pensé que mi abuelo estaba delirando, pues unos días antes escuché a su médico decirle a mi papá que su Alzheimer había avanzado mucho desde la muerte de mi abuela. 
—¿A qué huele, abuelo?

—Se llama petricor, y es el dulce aroma a tierra mojada cuando llueve. Es algo maravilloso, digno de disfrutarse. Tu abuela y yo solíamos salir a caminar tan pronto escampaba. Desde que ella ya no está, trato de disfrutarlo cada vez que puedo, pues me recuerda los felices días que compartimos juntos, aunque ahora hay veces que ya no es lo mismo, pues al percibirlo, en ocasiones no me trae ningún recuerdo. 

—Ven, abuelo, sigamos caminando hasta el lago. Si nos apresuramos podremos disfrutar el final de la salida del sol. ¿Cómo dices que se le llama?

—Alborada, pequeño. Es el momento cuando inicia la salida de un nuevo sol. 
—¿Y por qué antes de que salga el sol se escucha un silencio sepulcral, abuelo?

—A eso se le llama conticinio y es el momento justo cuando todo el universo entra en perfecta armonía para dar inicio a un nuevo día. Así como tú necesitas estirarte y desperezarte antes de abandonar la cama, también la naturaleza necesita hacerlo. 

—¿Es como la meditación que mi abuela hacía antes de iniciar su día?

—Exactamente. Veo que has entendido muy bien el concepto. 

Permanecimos en silencio un rato, observando el amanecer.  Después, platicamos unos minutos sobre cosas banales. 

—Vamos, pequeño, es hora de regresar a casa.  Debemos desayunar y emprender nuestros deberes diarios. 

Retornamos a casa  y, después de tomar cada uno una refrescante ducha, nos reunimos con mi papá a compartir un nutritivo desayuno. Después, cada uno se dedicó a sus labores cotidianas. 

Ese fue el último día que conviví con mi abuelo. Un infarto fulminante lo reunió con mi abuela. 

Ese día, mientras el petricor inundaba nuestra casa, como nunca antes lo había hecho, pude sentir el conticinio que invadía mi corazón. Entonces supe que, a partir de ese día, nunca volvería a ver los ojos de mi abuelo, con la luminiscencia de su mirada. 

— FIN —

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