Hay días en los que me escondo de tu recuerdo camuflándome con la rutina, tratando de esconderme entre tareas y ocupaciones para ver si así tu imagen logra pasar de largo. Y en ocasiones lo logro, aunque sea solo un instante breve y finalmente mi mente ceda ante el gusto doloroso de pensar en ti.

Hay días, como este, en los que no hay forma de ocultarme porque tu recuerdo es una ráfaga de viento que se cuela por todos los rincones. Cuando eso pasa no posibilidad alguna de librarme. Te encuentro aunque me esconda en los esquinas de las horas, consigo pedacitos de ti adheridas a las coyunturas del día, pegostes de pasado de los que no puedo zafarme. Porque tu recuerdo es óxido que penetra y corroe incrustándose en los poros de mi alma. Y por mas que cepille y limpie, siempre hay un poco de ti que no puede desprenderse porque ya forma parte de la superficie. Son días en los que te huelo en cada canción que me acompaña en la carretera, te saboreo en cada pensamiento y te respiro en el aire para sentir que tu nombre abriga el frío de mis pulmones.

Cuando eso sucede trato de meter el dedo en la llaga para gastar la dosis de dolor que me toca y al fin terminar de sanarme. Y te pienso con mas fuerza, le subo volúmen al radio, te busco por aquí solo para burlarme de mi y recordarme que no estás, que olvidaste este camino y clausuraste nuestro lugar. Queriendo que me duelas al máximo, porque si llego al punto mas alto, de ahí en adelante todo irá decreciendo, hasta llegar al día en el que ya no te sienta y tal vez ya no me importes tanto.

Cuando eso pasa, quiero llorarte. Pero llorarte con fuerza, con un grito desgarrador que es marea y arrastra consigo todo lo que atraviesa. Llorarte como lloran los borrachos, llorarte desde adentro como se llora lo que está muerto. Y entre olas de lágrimas limpiarme. Que naufraguen en mi llanto sueños y recuerdos, hasta vaciarme de ti definitivamente.

Cuando siento que casi lo logro, cuando te me subes a la garganta, te me revuelves en la cabeza y te me aglutinas en los ojos… Justo allí te contienes, como si estos ojos fuesen un dique que te retiene sin dejarte salir. Y siento el golpetear de mis lágrimas ligadas con tu nombre que retumban adentro de las paredes de mis párpados. Y si acaso un par de lágrimas silenciosas salpican y resbalan con timidez. No sabes cuanto maldigo lo malo que soy para llorar.

Quisiera gritar tu nombre, gritarlo mil veces hasta que no quede rastro de ti en mi garganta. Quisiera llorarte hasta quedar vacío.

Me inundo por dentro, me lleno de un brebaje de lágrimas en el que tu recuerdo se cocina, se espesa y se fermenta como ácido. Ácido que quema, que penetra la piel del alma y se revuelve con mi ADN… Asi que, de manera inversamente proporcional, mientras mas quiero borrarte mas te me incrustas en el cuerpo.

Quisiera llorarte me repito una y otra vez. Pero no logro que cruces el límite de mis ojos. No logro que escapes. Entonces me sincero conmigo mismo, y acepto que, contrario a lo que dice mi boca y a lo que escribe mi mano; por mas que intente convencerme, lo único cierto es que no quiero que te vayas de mi. 

Por eso vivo resucitando sueños e invocando los recuerdos que ahora solo son fantasmas. Las ánimas errantes que caminan por mi piel susurrando el lamento  por lo que no somos y por lo que alguna vez pudimos ser.

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