Misterio
sin sombra en el aire
resuenan
viejas trompetas oxidadas
los
adalides numantinos, los nuncios
descontrolados,
que ejecutan
con
el yugo, tras las paredes de óxido,
manchadas.
Oh, madre santa, en tu
fórmula
inexacta, con calor de sílex,
con
dientes navegables, en los estíos
hastiosos,
dentro de un ave con pectoral
inmenso:
allí, allí, ¡déjame volar!, con el
cuello
difuso de la niebla y el mar.
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