Seguro que tú no te acuerdas de eso, me dije a mí mismo mirándome en el escaparate de una tienda en el que estaba un maniquí con un sombrero de paja color rojo. Cómo no me voy a acordar, contesté, si fue así como empezó mi juventud. ¿Te acuerdas que eras solo un chamaco flacucho, guapito, pero endeble? Claro y, por eso, sufrías las burlas de tus otros compañeros. Te habían cogido de su cochinito y se divertían contigo haciéndote todo tipo de maldades. Y ¿por qué no te defendías, si el rencor te incendiaba cada vez que alguien te la jugaba? Pues, la verdad, y me cuesta confesarlo aún ahora que ya soy un hombre formado, era el miedo. Un temor que casi me hacía orinarme en los calzones. Suena ridículo y lo era. Fueron unos años duros en los que se te hicieron añicos todas las ilusiones, ¿verdad? Terminé la escuela y entré a la secundaría. Allí embarnecí un poco y me estiré. Pero no lo suficiente para enfrentarme a muchos de los estudiantes que encontré allí.

Fue hasta que cumplí los dieciséis cuando de verdad se notó el cambio. Se me abultaron los hombros y las piernas se me pusieron rechonchas. Me llamaron al equipo de atletismo y me dediqué a cultivar músculo. Ah, pero ¿qué pasó con todos tus complejos? Pues, siguieron allí haciéndome la vida imposible. A cualquier provocación reaccionaba como un perro callejero al que le habían dado sus buenas palizas. Pero ¿eso se acabó o sigues siendo un marica? Pues sí y no. Sí porque esa sensación de pavor me sigue en algunos momentos y no porque con el nuevo aspecto de la pubertad me fui a la playa con mi familia y conocí lo que es el amor. ¿El amor? No te referirás a la señora Antonieta, ¿verdad? Pues, claro que sí. Es por ese sombrero rojo que he visto en la tienda. Es igual al que llevaba ella. ¿Cómo fue? ¡Cuéntamelo, que estoy en ascuas! ¿En ascuas tú? Si es con lo que te has deleitado infinidad de noches cuando te llegan aquellos recuerdos. Bueno, pues cuéntalo de nuevo, pero primero vamos a ese café de ahí enfrente.

No está mal el servicio y el café está bueno. La camarera es amable y la decoración tiene su encanto. El sillón es cómodo y tiene una muy buena posición estratégica, puedo ver por la ventana y el interior de la sala. Sí, eso está muy bien, pero me vas a contar otra vez lo de la señora Toña o no. ¿Te mueres de ansias? Sí, es que la verdad fue algo excepcional. ¿A cuántos chicos crees que les haya pasado lo mismo? No tengo la menor idea, pero si haces cuentas seguro que te salen unos cuantos miles de afortunados en todo el mundo. Si, creo que tienes razón. Fue ese día que llegamos a la playa. Nos quedamos en un hotelucho de mala muerte porque no teníamos dinero y mi padre había hecho un gran ahorro para que nos pasáramos una semana en la playa. Mi madre iba de malas. Como siempre, no era porque no quisiera divertirse, sino porque su relación con papá ya estaba muy mal. Se peleaban cada dos por tres y ella nunca le quería perdonar que saliera de copas con sus amigos. A mis hermanos y a mí eso nos parecía mal. No sabíamos para qué deseaba mi madre hacer de un hombre como mi padre, un perrito faldero. En fin, eso era lo que sucedía entonces. Y ¿luego qué? ¿Apareció en el hotel la señora o no? Claro que no, no seas tonto. Ni siquiera en los cuentos las cosas son así. Deja que te lo diga yo.

Mira, fuimos a la playa y mis padres estaban en tregua. Nos sentamos en un restaurantillo que no se encontraba muy lejos de Caleta y mi madre se sorprendió mucho de ver a su amiga con su esposo y su hija. “Hola, Margarita ¡Qué sorpresa! —le dijo ella a mi madre—. De todos los sitios del país, mira dónde nos venimos a encontrar”. Se pusieron contentísimas y se la pasaron charlando toda la tarde. Mi padre y el señor Mauricio se identificaron mucho y también mantuvieron una acalorada conversación. Su hija Magdalena era guapa. Tenía un bonito cuerpo como su madre y un gran parentesco a su papá, cosa que la hacía verse menos deslumbrante cuando acompañaba a su madre a nadar. Y a ti ¿quién te gustó? ¿Qué quién me gustó? La verdad, al principio no logré divisar las cualidades de la señora Antonieta, pero al día siguiente sí que cambiaron las cosas. ¿Es que estabas ciego o qué? No, nada de eso. Lo que pasa es que no pensé en el sexo ni en el amor, estaba tratando de gozar las vacaciones y por eso me fui a jugar con mi hermano menor y unos turistas que estaban en la playa. Quedamos como chicharrones por el sol y en la noche parecíamos camarones. Al día siguiente ya no quisimos quemarnos tanto. Encontramos a la señora Toña que se había negado a ir con su marido y su hija a pasear. Mi madre estaba un poco indispuesta y se fue a la habitación del hotel. La señora Toña se quedó allí sin saber qué hacer y fue cuando entablamos conversación. Al principio me conto cosas de su hija, de la forma en que vivían y cuando pasamos a cosas más generales nos liamos con un duelo de conocimientos literarios. No sé por qué se me ocurrió hablar tanto de Madame Bovary, Ana Karenina, Lady Chatterley, La dama del perrito y otras obras. “Y, a tu edad, ¿qué significa el amor?”—me preguntó con una sonrisa burlona. Fue cuando te sinceraste y le declaraste tu amor. No, no seas idiota. En ese momento no sé que sucedió entre nosotros. Fue como si ella me estuviera provocando para acostarse conmigo. Para mi eso fue brutal porque de ninguna manera hubiera intentado seducirla, sabiendo que su marido estaría muy pronto allí y que los días restantes serían un infierno. Pero ¿sucedió o no?

¡Claro que sucedió y…! ¡De qué manera! Ella me dijo que tenía buen aspecto. Que las jovencitas estarían locas por mí y que su hija Magda ya se lo había comentado. De pronto, dijo que iba a dar un paseo y me invitó a acompañarla. Paseamos por una gran calle del centro y se metió a un hotel. Y ¿te dijo algo o te preguntó? No, solo pagó una habitación y me dijo que subiera con ella. ¡Ah! Y ¿qué paso dentro del cuarto? Eso es mejor que lo recuerdes en tu imaginación, siéntelo en el cuerpo de nuevo y sueña con ese día en el que tu vida se hizo de color de rosa. Tienes razón. Fue increíble. Sí, y más increíble ha sido que al venir aquí a desayunar, un sombrero de paja nos transportara al día más feliz de nuestra existencia. Tienes razón, vamos a pedir el desayuno y deleitarnos con aquellas sensaciones del pasado.

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