Tienes que hacer deporte, me dijo el médico, lo que tienes es ansiedad.
Y nada de café por una temporada. Apúntante a natación, con tu altura te
vendrá bien para tu espalda. Natación. No soy buen nadador, mas que nada
porque nunca he aprendido. Me mantengo a flote y muevo los brazos, hago
dos largos y ya si eso me quedo flotando un rato, como un león marino.
Así que voy al polideportivo y entro en la sala. Me doy cuenta que la
piscina es la misma a la íbamos en el colegio de vez en cuando, y me
trae recuerdos incómodos. En aquellos tiempos había que pagar una cuota
por la clase que no me podía permitir. Como no podían dejarme en el
colegio ni en casa en horario escolar, me llevaban con ellos y me
quedaba sentado en un rincón mirando a los otros tirarse de cabeza,
haciendo cola como en un supermercado. Algunos nadaban como auténticos
atletas, y eso me hacía sentir cierta desazón. Me sacudo esos
pensamientos y llega el monitor, que me indica un grupo de abuelas que
están chapoteando en una piscina para niños. Me he apuntado al nivel
básico, pero no me esperaba que fuera nivel geriátrico. Empezamos con
unos ejercicios de estiramiento. Movemos el cuello de un lado a otro,
tratamos de tocarnos los pies con las manos, las señoras lo logran, yo
no. Luego subimos poco a poco, ‘tenéis que sentir cada vértebra’, nos
dice el monitor, y al fin nos ponemos a ello. Nos lleva a la piscina
grande y empezamos a respirar y a nadar a braza, a croll e incluso de
espaldas. Buceamos un poco, en fila, unos detrás de otros, ya que solo
podemos ocupar dos carriles, y con mis flamantes gafas nuevas disfruto
con la visión de culos arrugados y piernas llenas de varices. Cuando
terminamos vamos a la piscina para niños otra vez, y hacemos mas
ejercicios de estiramiento. El monitor pone una música que es un new age
electrónico con la finalidad de relajarnos. En mi caso no lo consigue,
mi cruel oído elitista filtra y discrimina y me digo que tengo que
aprender a escuchar de todo, pero no hay manera. Finaliza la clase y
hablo con el monitor. Le pregunto si hay algún otro grupo, él me dice
que va a ver, y la semana siguiente me dice muy contento que ha podido
cambiarme. Me indica un corro de señores mayores encorvados, uno tose
tratando de echar el hígado, otro no consigue cerrar la boca, por la que
cae un hilillo de baba y los otros dos se miran fijamente como dos
viejas tortugas de mar, sin pestañear. Pienso que si existe la
reencarnación, en mis anteriores vidas he tenido que hacer algo
terrible, o haber sido un monje, uno de clausura, muy muy viejo.
OPINIONES Y COMENTARIOS