Junto al muelle, después de llorar en el club de los que jamás saldrán, cayó al agua, pero no se sintió pesada, al contrario lábil como una pluma acariciada por el viento, sin rumbo fijo, dejó que la noche y el mar adormecieran su realidad. Si los días pasaran sin ser contados como días, la amargura de las mañanas sería menos constante; despertar en la serenidad de una tarde sería el idilio perfecto, justo en la mitad, la mitad de una fantasía y la realidad.

Aquí todos quieren morir de amor, de un amor que no parece caprichoso, pero deja con hambre. Ella quiere, quiere su Mustang blanco mientras llueve sobre su cuerpo, recurrente y obsesivo, piensa en morir tocando el cielo, bajo la luna, quiere sentir el peligro asesino de mentir. En las tardes de calor y limonada, nadie quiere correr de buena gana, ni mucho menos moverse, todos quieren volar lentamente, hasta los celos huyen cuando hay demasiado calor, calor de cuerpos, y tal vez es esta polisémica situación corporal donde pueden generarse diferentes emociones, el sentido real termina merodeando la maldita necesidad.

Demasiado tarde, llegó la bruma, demasiado tarde para cubrir los cuerpos. En esta vida, que es lo más largo que tendrás, podría ser aburrido no caer, en los vicios del amor, en uno que otro equívoco. Dentro todo arde y esta nublado, mis ojos no logran definirte, tendencias a darle vuelta al orden, ella es la entropía, que usa falda y pavonea sus caderas en medio de mi fantasía y la realidad, al ritmo de las mentiras, con una sapiencia utópica, limpias mis lágrimas y me alimentas.

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