Se viene una ronda más

Se viene una ronda más

Lucía Nahhas

21/04/2021

Y se viene otra ronda- pensé. Se acercan tus noventa y seis años.

Se viene otra ronda, como las rondas interminables del ludo en la mesa, hasta la madrugada; las fichas de colores entre tus manos nudosas, el caminito llegando al cielo cuando sospecho que nos dejabas ganar.

Y se viene otra ronda más, cuando a tus noventa y tantos te dieron ganas de jugar al «Carrera de mentes», no nos enojamos porque te tocaban las preguntas más fáciles, mientras admirábamos la destreza de tu mente esforzándose en adivinar quién era el hijo varón de Los Simpsons, con una tarjeta de «Entretenimientos» rodando entre tus dedos.

Y ya no me ofendo más cuando haces comentarios machistas, y sos más exigente con tus nietas que con tus nietos, porque a tu edad «deconstruir» es para privilegiados. Y porque algunos dicen que el oprimido introyecta al opresor. 

Yo tan solo quiero otra ronda más, de frases célebres de la abuela; sí, de tus frases. Mientras jugábamos a las «bolufrases» pegadas en tu heladera, tus maravillosos equívocos llenaban una lista entera. Vos que decís que las palabras ya no te salen como antes, siempre inventora de vocablos enigmáticos. 

Otra más de tus recetas con secretos no dichos, que te sacamos entre todos, de mouse de chocolate, bombones de quacker, y tarta de choclo silvestre.

-Vos que sos de la ciudad, seguro no sabes pelar un choclo- me decís, mientras yo sonrío porque obviamente sé pelar un choclo y porque sé que en el fondo la dicotomía pueblo-ciudad aún te acecha. Me callo, emulando algo de tu sabiduría. 

Diez años atrás tus comentarios me hubiesen herido y entre nosotras se hubiera desatado una discusión filosófica existencial. A tus ochenta, pensando en que te quedaban pocos años me dijiste que eras una vieja loca, que ya no podías cambiar. Y yo lo acepté, aunque en el fondo sabía que no era verdad. Dado que aprendiste a usar la tablet y hacer vivos involuntarios en Facebook. 

-Qué bueno que estaba vestida- mientras se enfocaban por error tus partes bajas, pensamos todos, entre carcajadas y lágrimas. «La abuela está haciendo un vivo» dijo el primero, sumándose los otros trece nietos y nietas, a comentar.

Y se viene una ronda más de risas, mates, de silencios con cara de que querés decir algo sobre mi aspecto, pero te reprimís un poco y fruncís los labios en signo de desacuerdo. 

Aunque digas que ya no te da el cuerpo para hacer nada, mandás mermelada casera para tu hermano solitario, enclaustrado entre cacharros y restos de televisores, y a cualquier familiar que cante primero en la lista de los que piden tus especialidades. 

-Hoy no hice nada- decís, tapando con parte de tu cuerpo una interminable cantidad de platos de chef-pastelera profesional, que se asoman con sabor a hogar, experiencia y amor. 

Esta vez, pido una ronda más, aunque sea nomás de puro egoísmo para retenerte con nosotros. Pido tan solo tener la mitad de tus ganas para seguir aprendiendo cosas. Te miro e intento ver en vos a esa niña que fuiste, porque cuando se acerca el final hay que volver al principio. «Piano piano, si va lontano» decís, con tu herencia italiana; y veo a esa niña que caminaba kilómetros en el barro para llegar a la escuela. La que no pudo estudiar más que hasta mitad de la primaria, porque tenía que trabajar en la huerta familiar.  La que siguió un camino autodidacta y aún nos pide libros de nuestras bibliotecas. 

Por favor, pido una ronda más para apreciar lo que muchas veces se opacó, por tu vínculo madre-hija con mi madre, que en algún punto yo te hacía de espejo interminable, difuso, problemático, ancestralmente materno. Un vínculo lleno de preguntas y de cosas sin resolver. 

Pido una ronda más, para apreciarte en el patio cavando un pozo, agarrada en un precario equilibrio al «andador especial», que te construyera un nieto a medida, todo terreno como vos; para una abuela fuera de serie, que nos impulsa a inventar rubros en donde no hay. 

Así pasan tus días con peripecias para contar, con el pizzero que se equivoca de casa, los vecinos y amigos que ya no están, las cuidadoras nuevas; mientras surge la idea de escribir tus memorias, como las plantas de tu jardín que crecen con vigor, abriéndose paso entre la maleza y los bichos. Así tus ideas se abren paso, entre tus tratamientos, deseos y la vejez, que acecha silenciosa y no te deja dormir por los dolores del cuerpo, quizá también, del alma. 

Quiero una ronda más, así te observo por videollamada jugar al «culo sucio» con tu bisnieto Ezequiel, con el mismo entusiasmo que la primera vez, inventando reglas de limpieza, cantidad de jabones a usar para las cartas que van saliendo. 

Pido una ronda más mientras te observo hacer piruetas en la cama, para ponerte las vendas, cual trapecista virtuosa inaugurando un acto de circo, con la curvatura de tu columna que simula una pista de carreras sinuosa y peligrosa. Los médicos contrariados miran tu radiografía, no saben cómo caminas, y cómo haces todo lo que haces, hasta te das tropezones en el patio que tienen un aterrizaje perfecto. Desafiás la física y lo que debe o no debe hacer alguien de tu edad.

-Mientras esté viva quiero hacer lo que tenga ganas- reclamas. 

Te abrazo aunque no quieras, y los sapos de tu jardín te ganan la batalla, sacando ventaja de aquella distracción; y nos reímos hasta tarde, recordando anécdotas e historias locas. Surgen diálogos interminables, con tus ideas marcianas, pasajeras, espontáneas, efímeras como nosotras mismas. 

Lo efímero no es lo que se va, es aquello que aún está pero que al instante puede no estar. Efímero como el arte teatral, aquel que no te gusta que practique; pero que el abuelo en sus últimos años, autorizó con una charla de mañana en el desayuno. Efímero como él, que ya no está, que plantó bandera a los 92 y nos dejó el eco de sus pisadas resonando aún por la casa. 

-No sé lo qué es ni por qué te vas a vivir a otra ciudad, pero si es lo que te gusta, andá, aunque la cosa no siempre salga bien, si te esforzás con el tiempo, algún resultado llega- dijo el abuelo, que había cambiado de rubro un par de veces. Que no hablaba mucho, con su sordera selectiva, pero las palabras que emitía pegaban como un flechazo en el tiempo. 

Un flechazo en el tiempo, como el libro de «Los tres chanchitos» que nos leías incasablemente, que quedó con sus dibujos ya gastados, congelado en mi retina. Una imagen detenida, como aquel libro de tapa dura, super cuidado, de leyendas universales. En donde aprendí la moraleja del lobo y el pastorcito y tantas otras conocidas. 

Una ronda más, aunque nuestra brecha generacional nos haga girar distinto. Con otros pasos, otros ritmos, otros deseos e identidades. Girar con una sonrisa hasta que el conteo del tiempo se detenga, en esta vida, para alguna de las dos. 

-Juego de manos es juego de villanos- escucho desde el fondo de mi infancia.

-Me cacho en diez- repetís como un loro, mientras limpias el «pasticho» que hay sobre la mesa. 

Surge una serie interminable de tortitas de barro en la mesa de tu patio, y me llamas para mostrarme algo. Para contarme de tus plantas, tus flores esperadas. La hortensia que te saluda, llegando hasta tu puerta para hacerte sonreír cada día. Los conejitos que no siempre salen a jugar con vos. Las rosas que te recuerdan lo amargo de la vida, mezcladas con la belleza de sus colores.

Te tomo de la mano, quisiera correr con vos en libertad, mientras sueño que el abuelo nos sonríe desde un enorme prado verde, con su objetivo no cumplido de plantar muchos árboles para verlos crecer. No sé si somos aquellas plantas o árboles, pero han podido vernos crecer. Y soltarnos la mano. Cada legado continúa y se transforma. Soltarte para apreciarte más. Para ser parte de la brisa. 

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS