Nuestra herencia es el olvido

Nuestra herencia es el olvido

Antonio Fernandez

09/04/2021

En la ventana que da al jardín, la visión me produce sosiego. El vivo color de las hortensias y el inalterable sonido de la fuente de agua penetra en mi mente ansiosa de recordar. El intento es interrumpido por el grito que emana desde las entrañas del pasillo:

 -¡Eudis!

El molesto nombre de uno que nunca responde. El llamado es diario. Su reiteración no hace que me acostumbre. La mujer vestida de blanco entra en mi recinto, con su rostro de porcelana reluciente, ojos claros y una sonrisa que no me niega jamás. Solo deja su nepente descolorido y se corren las cortinas de mi realidad; hago un esfuerzo para agradecer la deferencia. Luego de su visita me siento más calmada, aunque sola.

La mujer me recuerda a las doncellas de la tele que veía cuando me reunía con mi familia antes de que las fuerzas de ocupación aparecieran. La guerra asoló todo; su consecuencia la tenemos aquí: la respiramos, la palpamos, la saboreamos. Poco recuerdo mi casa, solo que estaba dispuesta de notas por todos lados, sobre todo en sus paredes.

La guerra fue por nuestras mentes. Nos fueron quitando la identidad. Su lema beligerante fue empujar al olvido a los descartados. En mi juventud aquello parecía lejano, luego, con el inevitable avance de la edad caí en cuenta que yo era una descartada.

Por la guerra fui sustraída de mi hogar y trasladada a este lugar. Al llegar, me recibieron con un lema que se repite como cantinela: nuestra herencia es el olvido. Todos los días pregunto si la guerra terminó, la dulce mujer vestida de blanco me devuelve una sonrisa, la misma que es una respuesta para todo. A veces la interpreto como que un sí, y otras como un no.

En los pasillos del recinto donde estamos, los colores se intensifican por días y se atenúan otros, son los días en que está el tirano entre nosotros, no lo vemos pero se nota; genera un impacto en nuestra personalidad. He decidido comenzar otro cuaderno de notas, el antiguo fue confiscado.

Aquí estamos en presente continuo, no hay pasado ni hay futuro, nuestro presente está limitado a lo que ellos nos quieren hacer creer. Somos prisioneros sin fuerzas para dar pelea. Ansiamos que los liberadores venzan y nos rescaten de este lugar.

El jardín me parece que es lo único que permanece inalterable, a veces paso horas en el, sobre todo en los laberintos verde oliva en los que me sustraigo de todo. Me recuerda a los largos pasillos del hospital donde trabajé. En los hospitales, conocí a personas muy enfermas, sobre todo de la mente, llenábamos las historias a mano. La guerra cambió todo, hasta la forma de amar.

Sé que en algún momento me casé antes de la guerra. A mi marido lo obligaron a luchar. No lo vi más. A la mujer vestida de blanco, le he preguntado si ha escrito; se pone incomoda ante tal pregunta, imagino que fue compelida a no responder. Sé que en algún lugar estará.

Mañana siento que me rescatarán –no sé cuantas veces he pensado esto- tengo el presentimiento que la guerra está llegando a su fin. Lo sé porque en la televisión nadie habla sobre ella. Hoy todos hablan de la pos identidad.

La pos identidad me aterra. Nuestra generación con ella está condenada a ser agrupada y escondida al cumplir cierta edad. Como un montón de polvo molesto que se apila y se esconde debajo de la alfombra.                                                                                                 
                                                                                   ***

Me despierto al sonido del molesto nombre que resuena en el recinto religiosamente: 

-¡Eudis!

Si tan solo la deleznable persona se dignara a responder en alguna ocasión.

En varias oportunidades he intentado salir de acá. La última vez fue reciente –creo- me alisté, saque la vieja maleta de cuero, y coloqué lo que pude en ella: los ropajes de antes de la guerra ya algo gastados, algunos recortes de fotos familiares de colores tenues como aquellos días en que todo está como ausente de vida.

La simpática enfermera me detuvo –como siempre-. Solo se limitó a decir un «aun no», imagino que el sonido estruendoso que escuché anoche confirma que todavía hay enfrentamientos en las calles. Las fuerzas de ocupación deben continuar su reinado de terror en la ciudad. En ocasiones me siento afortunada de estar en un sitio seguro donde me cuidan.

                                                                                   ***                                                                  

Tengo la resolución de escribirles a familiares para que sepan que estoy bien. En algún momento lo hacía, pero se nota que estamos bajo el régimen del terror. Nos confiscan todo, hasta las ganas de vivir.

-¡Eudis! 

El grito es implacable. Quizás es el nombre del tirano que nos tiene acá, lo nombran para recordarnos quien es nuestro captor. Los demás que permanecen secuestrado son como espectros que vagan por los pasillos aferrándose a mejores momentos que permanecen en su mente. A veces tienen felicidad, es que la mujer de vestido blanco y su nepente los hace estar calmados. Ella trabaja para el tirano.

Si tan solo pudiera acceder a mi cuaderno de notas podría escaparme y mostrarles a todos lo que aquí hacen. Cada semana llegan más personas, y a veces no los veo más. Creo que el tirano experimenta con ellos, con todos, también conmigo, ¿quién les podría creer a un montón de ancianos prisioneros de guerra? Sabemos mucho, como contenedores de verdades incomodas, por eso no podremos salir jamás.

Mi memoria sufre ataques de olvido. Se que son provocados por ellos. Siempre fui una persona de excelente memoria, por eso trabajaba en la biblioteca de la ciudad, sabía la exacta ubicación de cada cosa con un orden casi militar. Odio a los militares. Seguramente tienen todo el recinto acordonado para que no salgamos. 

Tengo que dormir. Tengo que pensar con claridad. Mañana debo idear un plan para contactar a mis familiares.

                                                                                   ***

Hoy he dicho a la enfermera que debo ir a la ciudad por un asunto urgente. Me dice que no es seguro, como si estar acá lo es. El teléfono se dañó hace tiempo dicen. Seguramente lo desconectaron. Nos quieren aislados.

Había perdido esperanza de comunicarme con el mundo exterior, pero un rayo de esperanza propio de los días coloridos, me devuelve al ánimo. He encontrado inserto en uno de los libros de mis pocas pertenencias una historia médica de una mujer que atendí por años llamada: Lucinda

Su dirección estaba en la historia. Decidí escribirle. Hábilmente me colé en la parte del correo y he enviado una carta como si fuese uno de los guardianes del recinto. No hubo respuesta. 

                                                                                     ***                                                                                      

Hoy, el cruel destino o la maravillosa casualidad hizo que Lucinda y yo nos encontremos en el mismo lugar.¡Oh si!, el destino nos ha puesto en la misma línea de la historia: prisioneros de guerras, descartados.

Su nombre me gusta, me recuerda a lucidez, tenemos muchas cosas en común, ambas trabajamos en una biblioteca, y nos gusta el pastel de limón. Aparte por supuesto de la cruel casualidad que nos une: ser descartados.

Cruel sorpresa que la vi allí, portando un vestido verde pálido, largo y desgastado, demacrada, y deambulando como perdida. Quizás la carta que le envié les dio pista de su ubicación. Me siento culpable. Me acerqué a ella. Mis palabras no generaron ningún impacto. Mis letras sí. Desde aquel día, intercambiamos cartas que nos dejamos en el laberinto verde oliva. Aunque es una desconocida, de algún modo el compartir con ella me hace sentir viva. Esta más extraña que cuando la conocí. El programa del tirano avanza sobre ella como un virus que destruye todo.

Su caligrafía es precaria, cuesta entenderla, como si escribiera rápido por temor a que la encuentren. Me dio detalles bastante siniestros del lugar donde está. Al igual que a mí, las fuerzas de ocupación la sacaron de su hogar al cumplir los 80 años y la trajeron hasta acá. Su identidad se ha ido perdiendo. Le han quitado de a poco los recuerdos que la unían a su familia, le han hecho creer que nunca se casó, le han implantado la personalidad que desean que tenga. Esta es la última fase. Me ha rogado que resista, que logre juntar detalles de lo que aquí cometen; pero me ha advertido que no vaya hasta su recinto, que una gran mentira y una gran verdad me haría entrar en la última fase. 

La pos identidad pretende hacernos pasar como como cuerpos vacíos a los que les sustraen la mente y moldean a su antojo.
                                                                                      ***

Por días Lucinda no me ha escrito. Ha desaparecido junto a la fuente que por días yo observaba con desdén. Sus ultimas cartas eran solo un montón de garabatos casi ininteligibles.Sentí que Lucinda había llegado a la última fase de los descartados. Pronto no la vería más, tenía que rescatarla, hacer caso omiso a su advertencia de que no fuese a su habitación.  

                                                                                      ***

Esta mañana fue todo tan revelador, caminando rápido por el pasillo junto al mismo sonido:

-¡Eudis! 

Cada vez más fuerte, me taladra la cabeza como si el llamado resonara desde mi interior.

Al fin pude llegar a la habitación de Lucinda. Escribo estas líneas antes de que vengan por mí, me he encontrado con ella –finalmente- y sus palabras fueron tan verídicas como proféticas: una gran mentira y una gran verdad he recibido hoy.

Una gran mentira porque Lucinda no existe, y una gran verdad porque Eudis soy yo. Estoy en mi habitación original; la que me corresponde desde que llegué, y de la que cada mañana cambio para ir al otro extremo. Mi nombre es Eudis y soy la última de mi estirpe en este sanatorio para vetustos. Generaciones de mi familia cargan sobre si una enfermedad mental que espero acabe cuando la vida abandone mi cuerpo gastado. Escribo esto antes de que el ciclo se repita –esta vez, espero que por última vez- esta es mi pos identidad unida como eslabones a mi parentela:

No hay fuente de agua. 

No hay laberinto verde oliva. 

No hay guerra.

Soy prisionera de mi mente.

Aun así…

¿Por qué sigo escuchando el sonido de bombardeos afuera?

Se ha roto la puerta de entrada… como si liberadores vinieran por nosotros.

Escucho pasos…los pasos de la enfermera, y el tirano. Recuerdo mi pasado. Recuerdo todo. Se ha ido el presente continuo. 

¡Oh dulce nepente me encuentro una vez más contigo! 

Soy Eudis, y nuestra herencia es…el olvido.

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