EL PRECIO DEL AMOR

    Me había casado con una mujer mucho más joven que yo. Muchas veces se habla de la belleza interior, y a mi es lo que menos me importa, es más, creo que no existe. Me gustan las mujeres vibrantes, y con belleza que se puede percibir con los ojos…Lo demás es intelecto, inteligencia, o prestigio. Pero la belleza es una sola, y está a la vista.

  Era jueves. Salí de mi casa para entregar las colaboraciones a la editorial. Era un semanario, y ese día estaba pautada la entrega del material.

  Eran notas inventadas, y entrevistas reales a músicos, actores y algunos pintores.

  Como recepcionista estaba Ana, una hermosa morocha de pelo enrulado y ojos vivos. Siempre me saludaba con una sonrisa de dientes perfectos, blancos y brillantes, como se ven en las publicidades, solo que esta era real, y estaba ahí, mirándome.

   Me entrevistaba brevemente con el secretario de redacción, le entregaba los trabajos, y me iba a tomar café al Saint Moritz, un bar con manteles que me hacía sentir un escritor importante.

  Era jueves de nuevo, asi que me levanté resacoso, me di una ducha, tomé dos aspirinas, me vestí y salí a la calle en dirección al subte.

  Al llegar a la editorial, Ana estaba seria, le veía el entrecejo fruncido, con un rictus que me daba ganas de besarla.

  –¿Problemas?–pregunté

  –No…Solo estoy teniendo un día dificil–contestó esquivando el bulto.

  No sabía que pasaba, hasta que Tomy, su novio, que trabajaba en la editorial como fotógrafo, me cruzó en el recibidor, y me invitó el almuerzo.

  La editorial pagaba poco, y en esa época solía estar bastante hambriento, asi que se lo acepté, y fuimos al Saint Moritz, esta vez a comer.

  Cuando promediaba el almuerzo, y despues de conversaciones bastante triviales, Tomy se puso serio, adelantó su cuerpo sobre la mesa, y dijo:

  –Tengo problemas con Ana…Ya no la veo entusiasmada como antes…Incluso hay días en que siento que pone excusas para esquivarme…

  –¿Y yo que puedo hacer?

  –Quisiera pedirte que me escribas pequeñas cartas de amor…A ella le gusta…Y yo no sé escribir…

  –Podría hacerlo, pero te costará.

  –Pero…No lo harías por amistad…Para ayudarme…

  –No soy tu amigo, pero lo haría muy gustoso por dinero.

  –¿Cuanto?–preguntó un tanto indignado.

  –2000 por carta…Te la traería todos los jueves…y te la daría en Saint Moritz, mientras almorzamos a tu cargo.

  –Te estás abusando.

  –No me interesa particularmente hacerlo–mentí.–Por otro lado¿Ana no vale 8000 pesos por mes?

  –Sos frío…

  –Es un trabajo…

  –Está bien–dijo resignado.

  Me fue muy fácil escribir cartas de amor para Ana. Me encantaba, y me divertía el hecho de ser una especie de Cyrano moderno.

  Ese jueves me levanté de buen humor, tomé las colaboraciones, y la carta de amor que había puesto en un sobre rosado, y rociado con perfume francés comprado con la tarjeta, que cuando llegara el resumen tendría el dinero para pagar, y más.

  Dejé las colaboraciones, retiré mi cheque, y me dirigí al Saint Moritz, donde un Tomy ansioso me esperaba.

  — Dame la carta–dijo ni bien me senté.

  Se la di, era un cliente más.

  –Está muy bien…No se de donde sacás tanta palabrería…

  –Quiero el pago–Dije mientras miraba el menú.

  –Aquí está…Eres un pesetero.

  –Y vos un hombre afortunado por tener esa novia.

  Tomó la carta y me dejó comiendo solo. Mejor.

  Así pasaron tres meses, y ya me había acostumbrado  al ingreso extra, pero ese jueves, al encontrarnos en Saint Moritz, me dijo que ya no me pagaría ni siquiera la carta que ya había escrito, que él era bien capaz de escribir, y que ya se daba cuenta como lo hacía, que no era más que un timo de un pobre colaborador, que ni siquiera tiene un contrato fijo en la editorial.

  Todo lo que decía era cierto. Me hubiera encantado un contrato fijo, pero yo era el NEGRO del secretario, y él no iba a permitir que le pisara el poncho.

  Rompí la carta al negarse a pagarla, me quedé solo y ordené solo café. El mozo me miró con lástima.

  Era curioso lo rápido que se hacían los jueves cuando pensaba en Ana. Y ese día volvía a ser Jueves.

  Cuando llegué a la editorial Ana estaba seria.

  –¿Algún problema?

  –Salgo a almorzar,¿Te puedo invitar?

  –Claro…

  –Me gustaría hablar con vos…

  Así que fuimos al bar americano donde ella solía comer, y ahí me dijo que las cosas con Tomy no andaban bien, que le había escrito durante los últimos meses unas cartas muy lindas, pero luego empezó a escribir majaderías..

  –.No se que le pasa…ya no estaba muy bien con él, pero a partir de que cambió la manera en que me escribe…No se…Pienso que ya no es el mismo…En las cartas parece ser otra persona…Y yo necesito seguridad…Estar con un hombre ya formado…Un hombre como vos…–Dijo mirándome.

  Le tomé la mejilla y la besé.

  Así fue que me casé con Ana. Yo era conciente de la gran diferencia de edad, pero ella parecía no darse cuenta. Cuando íbamos a bailar, ella siempre salía con otros hombres, pero al finalizar la pieza, siempre me buscaba y se ponía a hablar cerca mío, con su boca siempre perfumada.

  Salíamos mucho, y una de las salidas era al casino, a las tragaperras. Yo no jugaba, pero ella si, y se divertía mucho, íbamos solos, y en general el jugador no conversa, así que lo otros eran parte de la escenografía.

  Un sábado, conocimos un hombre joven, de la misma edad que Ana, el cual tenía una martingala para la ruleta, así que esa noche lo seguimos al paño.

  Mauro, se llamaba, le explicaba las lógicas matemáticas de su método, le decía que ganaría una buena cantidad ahí, y luego iría al casino de Posadas, al cual decía no cambiaban los cilindros, y era mas fácil calcular.

  Apostaban y hablaban. Yo me sentía casi un intruso, veía como iba creciendo en ellos una gran intimidad, los sentía juntos, y aunque no tenían contacto, veía con angustia como sus almas se abrazaban.

  El método era Parolis inversa, o sea subiendo cuando se gana, lo que lo hacía particularmente arriesgado. Ana estaba encendida, vibraba con cada ganancia, y la fichas se iban apilando…Hasta que tres bolas dieron por tierra el método de Mauro.

  –Estoy quebrado, ya no podré ir a Posadas–Dijo angustiado

  –Perdón, estuve viendo el sistema, y me parece interesante, te puedo prestar dinero–le dije

  –¿De verdad lo harías?

  –Claro.

  –Bueno si entendiste el sistema prefiero que lo hagas vos, siempre se necesita un poco de suerte, y siento que esta noche no la tengo.

  –Lo haré–dije y me dirigí a los paños, perdiéndome de vista.

  –Ganaste, aquí tienes–le dije poniéndole  veinte mil pesos frente a él.

  –Oh no!!!, este es tu dinero.

  –Claro que no, ya quité el préstamo que te hice y no me debes nada.

  –Que bueno!!!Iré a Posadas–Dijo eufórico. 

  Ana ya no le importaba. Solo Veía la ruleta de Posadas.

  Cuando estuvimos en casa, Ana me preguntó:

  –¿De verdad apostaste?

  –Sabés de sobra que nunca apuesto. ese dinero se lo di de mi bolsillo…Me di cuenta que te quiero más que al dinero.

  Me abrazó llorando como una criatura. Fuimos a la cama y ahí le hice pagar los platos rotos.

  

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