La primavera pasada estuve en mi casa de la sierra, un día de esos crudos invernales en los que hasta unos copos de nieve impregnaban mi pequeño yerbal.
      Al salir al jardín, contemplé extasiada a mi pequeño manzano que me recibía con sus brazos abiertos.
Su copa, estaba cuajada de un sinfín de flores en tonalidades blancas, parecía recriminarme el tiempo que no habíamos compartido nuestra compañía.
Recordé los días soleados y calurosos del verano, en que mi árbol cuajado de manzanas, me hablaba en tantos momentos de soledad.
Mas cuando llegó el otoño, lo dejé totalmente abandonado por ir al encuentro del asfalto, se acabaron nuestras reflexiones, olvidándome completamente de él para dedicarme a otras banalidades.
Pero eh aquí que mi arbolito es mucho más fuerte que su admiradora, habiendo sido capaz de pasar a la intemperie todo el rigor del invierno, con sus días lluviosos, oscuros, nebulosos, nevados y sin un cobijo para resguardarse de tanta inclemencia. Sin poder conversar con nadie, excepto con los raquíticos rosales y el árbol de las adelfas, totalmente pelado y sostenido solamente por una fina capa de yerba.
Sin embargo, después de tan largo tiempo sin mi árbol, me recibe con su copa llena de flores como el más vistoso jarrón de porcelana.
¡Qué bello estaba! – Debía poseer unos nervios muy fuertes y una capacidad de espera inmensurable.
Me acerqué a él y le pedí perdón por haber sido tan despiadada.
Con todo mi cariño le dije que su compañera debía marcharse, pero que ya no tendría que pasar unas noches tan largas y tenebrosas. La llegada de la primavera sería su recompensa. Del yerbal, comenzarían a brotar nuevas flores, como las margaritas, los rosales comenzarían a florecer en su variedad de tonalidades, rosa, rojo, amarillo y blanco y las adelfas en sus tonos rosáceos y blancos. También los pajaritos le acompañarían, depositándose en sus ramas, las mariposas chuparán el néctar de tus flores y te ofrecerán sus tiernas caricias. Los chiquillos de la urbanización correrán a tu alrededor. Luego, al anochecer, una luna de luz plateada, puros besos de madre te dará  y con sus destellos inundará los cielos tranquilos de dulzuras sedantes.
Cuando llegue el alba, los rostros de los humanos te contemplarán al pasar con admiración y tú te engrandecerás más y más, haciéndose tu copa cada vez más hermosa.
 

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