Rectas paralelas.

Rectas paralelas.

Carmen Amat

29/01/2021

¿Recuerdas aquel ejemplo con el que nos ilustraban cómo nuestros sentidos nos engañan? Era un ejemplo sobre rectas paralelas. El maestro nos mostraba una imagen de una vía de tren que se perdía en el horizonte y nos preguntaba si los dos raíles llegarían a tocarse. Nuestra percepción de la ilustración nos llevaba afirmar que llegarían a tocarse en algún punto más allá del horizonte de papel. El maestro, sonriendo con la malicia del que posee una información privilegiada, nos demostraba cómo algo tan simple ponía en evidencia nuestra capacidad sensorial, y las matemáticas, enfundadas en geometría, volvían a liberarnos de nuestra patente ignorancia.

Yo siempre tuve mis reservas sobre aquel asunto. Una imagen no me parecía prueba suficiente para concluir un futurible acerca de la vía, y una abstracta teoría geométrica no conseguía disuadirme de la posibilidad real de que dos raíles paralelos acaben encontrándose en otros horizontes posibles. Sentada en este banco intento reconstruir tus facciones en mi cabeza pero en su lugar acuden con persistencia esos raíles que se aproximan pero no; quizás eso es lo que hacemos nosotros, aproximarnos y no.

Me encamino hacia el vagón con un fantasma de tu cara, una vía en la cabeza y un bloque de pisos con toldos marrones, mal recogidos para un día de lluvia, como testigo. ¿Sabes que las estaciones realmente no existen hasta que llega el primer viajero? Entonces sí, entonces -de repente- aparece un guardavías, una ventanilla y un reloj redondo sobre un banco recién emergido. Y cuando la estampa está completa, el guardavías le transmite la buena noticia al maquinista del tren que se aproxima: la estación «x» existe hoy. Por eso el tren se detiene, y recoge y expulsa viajeros con urgencia, antes de que la estación vuelva a desaparecer.

Llegué febril a tu encuentro, andando y deshaciendo los pasillos de microclima tropical y las escaleras de Escher. Me sentí tan pequeña en aquellos minutos previos  que, cuando al fin llegó, tu abrazo me abarcó por completo. Hay cuerpos ilimitados que rebasan su propia extensión. Nos estremecemos al cruzarnos con ellos porque sentimos el roce de esa prolongación de piel invisible. Pero también hay cuerpos finitos, replegados sobre sí mismos, con  una coraza infranqueable como piel que con el tiempo se traslada al corazón.

Después, volveré a olvidar preguntarte cómo te hiciste esa cicatriz de la boca, aunque sea lo único que quería no olvidar, y aunque sea lo único que acabaré recordando de nuestro primer último beso.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS