El corazón roto

– ¿Por qué vinimos hoy yaya? – pregunta Olivia mientras mira a su abuela acomodar las flores que hace pocos segundos puso frente a una tumba.

– Para visitar a mi amiga que cumple años, ya te lo dije Olivia. Vamos que tu mamá nos va a rezongar ya deberíamos estar almorzando- Responde Elida, enderezándose y estirando la mano hacia la pequeña, la cual la toma, y ambas caminan rápidamente, suben a una camioneta descolorida, y recorren pocas calles hasta que llegan a la casa.

– ¡Al fin! Ya pensaba que no iban a comer ustedes dos ¿Qué estaban haciendo?

-Fuimos a visitar a la amiga de la yaya- Contesta Olivia y tras una orden de su madre corre a lavarse las manos.

-Es diecisiete de agosto Juana, no podía dejar de ir a verla.

– ¡Que absición con esa muerta mamá, podes ir a cualquier hora, y encima con la nena!, no me gusta que Olivia vaya al cementerio.

-Ya tiene nueve años, me acompañó porque quiso- Con paso firme Elida va a la cocina, se lava las manos, refresca su rostro y comienza a ayudar a poner la mesa.

– Mamá, a mi no me molesta ir a ver a la amiga de la abuela, a demás yo le conté a la seño que mi abuela trabajaba cuidando personas que sufrían, y me gané un premio.

– ¿Un premio? – exclamaron ambas al unísono.

Si, un diploma, y una merienda especial por mi redacción sobre la emperatriz, o sea la amiga de la yaya.

-No contaste nada Oli- Dijo sonriente su madre sirviéndole un vaso de jugo de naranja.

-No tuve tiempo, pero les conté en mi redacción que mi abuela era una enfermera, y que se encargaba de hacer feliz a la gente que sufre. En mi redacción les conté que mi abuela cuidaba a su amiga Ada que estaba viejita, asustada y con el corazón roto- Elida niega con la cabeza, esboza una sonrisa y se le humedecen los ojos. Olivia, sigue explicando tras comer un bocado- Cuando me entreguen mi hoja se los muestro, pero les cuento un poco que le explique que la amiga de mi abuela sufría mucho porque su corazón se había roto hacia muchos años, que era la emperatriz del tango, como me explicó la yaya, y que se enamoró de un señor que había nacido allá en Uruguay, les conté que ella se lavaba el pelo y lo secaba al viento andando en su automóvil y que a pesar de morirse con el corazón roto el destino la juntó de nuevo con el señor que la hirió porque ahí donde vamos a visitarla también esta la tumba de él.

-No me gusta que hables con tanta naturalidad de los muertos- replica la madre arqueando las cejas y moviendo la cabeza ligeramente

-No, mamá, no es una historia de muertos, es una historia de amor. ¿Vos no sabes que si pasa amucho tiempo todos se mueren? Bueno, la amiga de la abuela en mi historia no es una muerta es una mujer enamorada y como te expliqué antes con el corazón roto.

-Esta bien Olivia, tu madre exagera- Comenta Elida, pero es ignorada.

-Vos también tenés el corazón roto mami, yo se que no te gusta que vaya al cementerio porque ahí también está mi papá, pero a veces es bueno hablar esas cosas, hablar de que extrañas a una persona, del amor, de la vida, de la muerte, son cosas normales- Juana respira hondo, mira a los lados y se levanta de la mesa, pide disculpas casi en susurros, y se encierra en su habitación.

El silencio reina un largo rato mientras Olivia y Elida siguen comiendo.

-¿Queres que vayamos a comprar un helado?- Pregunta Elida, y le acaricia el cabello a su nieta.

-No yaya, dejá, otro dia- dice Olivia y tras un suspiro sigue: – Yo no quise hacerle doler a mamá, vos que sabes de eso yaya ¿No vas y le curas el corazón?

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