Al parecer en aquella noche de octubre la luna se había olvidado de salir y el cielo lucía infinitamente negro.

Una mujer subía por el Albaicín buscando una leyenda.

Quería comprobar, si como decían, el dolor de una madre podía traspasar el tiempo y quedarse impreso para siempre en las piedras.

Miró la Alhambra. Y la admiró. Era una obra imponente. En pocos minutos llegaría a unos jardines privilegiados desde donde podría contemplarla, mientras cenaba.

Entró en el restaurante donde había reservado mesa. Después de estar esperando ante el atril de admisiones unos segundos, un hombre joven se le acercó con seguridad. Le sorprendió que le llamara por su nombre, cuidando con esmero los detalles que podían agradar al cliente.

La mujer notó como el maître miraba con curiosidad sus ojos y después desviaba nervioso su mirada.

Deseó que no pudiera haber notado que había estado llorando.

Le condujo hasta una mesa situada en el rincón de un exquisito jardín delicadamente diseñado, con arriates y parterres, donde vio algunos aljibes y una preciosa fuente de piedra que dejaba caer el agua con una fascinante cadencia cantarina.

Decía la leyenda que en ese lugar, hacía siglos ya, terminaban los jardines del Palacio de Dar-al-Horra y que aquel suelo había sido recorrido una y otra vez por Aisha, reina de Granada, mientras urdía venganza contra la esclava cristiana infiel que le había arrebatado el amor de Muley-Hacem, y que, también, pretendía quitarle el trono a su hijo Boabdil.

La mujer se entretuvo viendo como las demás mesas se iban ocupando con parejas o grupos de amigos, y no pudo evitar sentirse muy sola bajo aquel cielo oscuro en el que hasta las estrellas parecían desaparecidas. Cerró los ojos, oyendo el agua correr y volvió a imaginar a Aisha, reina de Granada, paseando por aquellos jardines intentando encontrar cómo detener el embate de Los Reyes Católicos.

El maître se acercó hasta su mesa para preguntarle, otra vez dirigiéndose a ella por su nombre, si todo estaba resultando de su agrado y si necesitaba algo más. Y ella, algo azorada y divertida, le aseguró que todo estaba perfecto y le pidió una cerveza bien fría.

Mientras esperaba la bebida miró al cielo y vio como las estrellas empezaban a asomarse.

El sonido del agua cayendo en la fuente volvió a llamar su atención. Y sin pensarlo, se levantó de su mesa y se dirigió hacia ella. Se asomó al agua transparente que, iluminada con focos sumergidos, reflejaron su rostro.

Y también creyó entrever unos hermosos ojos color miel velados por una infinita tristeza.

Entonces la mujer pudo imaginar a Aisha arrodillada ante la fuente llorando amargamente.

Aisha que siempre había tratado de ser justa y honesta toda su existencia. Y que, aunque sabía que tenía arrebatos pasionales y fuerte genio, por encima de todo, solo era una madre que no había dudado en enfrentarse a un marido infiel y traidor para defender los derechos de su hijo primogénito al trono de la Granada nazarí.

Aisha que siempre había sido admirada, temida y odiada por ser una mujer fuerte, inteligente y valiente. Por no haberse resignado a los avatares que le había ido presentando el destino.

Y Aisha, que cuando debió demostrar su verdadera grandeza como madre había sido tan estúpida para verbalizar aquella lacerante sentencia contra su hijo amado.

Las lágrimas no lograban borrar de su alma la culpa que le desgarraba, no conseguía perdonarse que ella, Aisha, reina de Granada, conocida como “La Honesta” y aun cegada por el dolor de perder Al-Ándalus, hubiera podido decirle a su amado hijo aquella maldita frase que había quedado tatuada en las piedras del lugar para la toda la eternidad:-“Llora como una mujer, lo que no has sabido defender como un hombre.”

La mujer, sobrepasada por un cúmulo de emociones y sintiendo una desolación inmensa, necesitó con urgencia abandonar aquel lugar y buscó al maître para que le trajera la cuenta, pero no pudo conseguirlo.

Tras pagar la comanda a otra camarera se dirigió hacia la salida.

Se cruzó con el maître en el camino, quien sorprendido al verla marchar, la retuvo y le preguntó:-“¿Nos deja ya.? …. Me gustaría invitarla, a título personal, al espectáculo flamenco que va a tener lugar en unos pocos minutos. Me gustaría que se quedara.”

Se miraron a los ojos y con un suave susurro la mujer declinó la invitación:-“ Me encantaría, de verdad, pero mañana debo madrugar para volver a casa … Lo siento mucho.”

Y bajando el Albaicín, la luna oculta, también llamada luna nueva, iba reflejando en cada lágrima vertida por la mujer las estrellas que ya cubrían todo el cielo de Granada.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS