Nacha espera como otros días en el mismo sitio. Multitud de personas cruzan la plaza. Son cientos, miles… La boca del metro es una vulva gigante. Todo lo traga. Ladrones, putas, travestis, políticos, lameculos con traje…

Al fin aparece el viejo en silla de ruedas. Demacrado. Pústulas con costra. Moratones. Es Bofill, el hijo de puta que hace años asesino a su madre. Le cayeron veinte años, pero apenas han pasado cinco y ya está en la calle. No hay justicia. Nacha se pone en marcha para seguirle.

¿Y si no es él?

Si, joder, claro que es él. En cuanto lo vio , lo supo. Es el mismo que recuerda de cuando el juicio, solo que ya no es como antes. Ahora parece un cadáver sobre esa silla de ruedas.

Nacha está mosqueada. Su novio trabaja fuera de Madrid. Técnico en Energía Solar. Manda cojones. Ahorrará dinero y volverán a Bogotá. Lo ha decidido el solo, sin contar con ella. ¿Es que yo no pinto nada? Porque a Nacha le gusta Madrid. Ir de compras, de discoteca, tomar una cerveza en una terraza y follar con Quintín. Pero ahora no folla y con el viejo se le amontonan los recuerdos.

Hoy ha sido un día de mierda. Se le han pegado las sábanas, se ha duchado sin agua caliente y le ha venido la regla.

¿El trabajo? Como siempre en la cafetería. Otra mierda. Tostadas. Más tostadas, con tomate, mermelada, jamón… Y café, café, otro café. Deprisa, deprisa. ¡Joder, ya está bien, que no soy una máquina!

Y después lo que faltaba: el cagalindes, cabrón de su jefe que cuando pasa junto a ella la toca el culo. Deprisa, Nacha deprisa. Y Nacha que ya no aguanta más.

-Tócale el culo a tu madre, gilipollas. 

El jefe no sabe que decir. Los clientes no saben que pensar.

-Y quiero la cuenta, escupe Nacha. Me la preparas mientras me cambio. Me voy.

Entra en el vestuario furiosa, con un portazo que retumba en todo el edificio. Barre con manos y pies todo lo que encuentra. De una caja cae una peluca rubia. Muy rubia, me parece a mí. Se mira en el espejo y se coloca los pelos. No está mal. Ahora no es morena, es rubia.

El viejo se acerca al metro y Nacha le sigue. Sin trabajo y sin novio, dispone de tiempo. Quiere saber por qué está libre. ¿Dónde va y de dónde viene? ¿Por qué esas heridas con pústulas? Le hablará de su madre, le preguntará ¿qué relación tenían? ¿Eran amantes? ¿Qué sucedió en realidad?

A la silla de Bofill le cuesta superar un bordillo y Nacha aprovecha el momento. Espere que le ayudo, dice con una sonrisa improvisada. Es la batería, dice Bofill. Nacha se ha subido la falda y ha liberado dos botones de la blusa. El viejo sonríe. Le gusta esa chica.

No tarda en ganárselo. El viejo solo tiene ojos para ella y no piensa en otra cosa.

Pronto se entera de muchas cosas. Su madre empezó como empleada y después fueron amantes. Más tarde quiso quedarse con el negocio. Hubo gritos, pelea y un cuchillo por medio. Al final su madre enterrada y Bofill en la trena.

Después el cáncer y la metástasis. Por la mañana acude a una Unidad Clínica. Radio. Quimio y cuidados paliativos. En la cárcel sería imposible. Además, ¿cómo podría escaparse? Y por la tarde vuelta a casa. Hace pocos días deseaba la muerte, pero ahora, ver a Nacha es un regalo.

Siempre parece enfadado y protesta por todo, pero Nacha sabe como hacerlo callar. Solo tiene que insinuarse lo suficiente para que se quede embobado. Nacha se ocupa de cargar la batería de la silla, recoger el entorno y facilitarle el gran número de medicamentos que toma el viejo, a la vez que le muestra lo justo de sus pechos, sus nalgas y una sonrisa prometedora.

Luego sucede lo inevitable. La enfermedad le está comiendo, pero la obsesión con Nacha le domina.

-Desnúdate, le dice una noche.

-¿Qué me desnude?

-Quiero verte toda.

-Estás loco.

-Te pagaré.

-No tienes dinero.

-Si tengo.

-No.

Bofill, lleno de ira y blasfemando entra en la cocina. Junto al frigorífico hay un congelador, retira lo que hay encima y levanta la tapa.

Cuando vuelve al salón trae un puñado de billetes y Nacha ha visto lo suficiente.

-Ahora tienes que desnudarte, dice.

Nacha se desnuda. ¿Por qué no? El viejo es poco más que un cadáver y el precio que va a pagar será alto. Solo cuando el viejo intenta tocarla, Nacha le frena.

-Basta. Ya es suficiente.

Bofill se caga en todos los santos, pero tiene que aguantarse. Es lo que hay.

Tres días más tarde el congelador ya está vacío y no hay más desnudos. Bofill grita furioso. Desesperado.

Nacha llama a Quintín.

-Hola.

-¿Qué quieres?

-Saber de ti.

-Estoy trabajando. Es importante.

-Y yo.

-¿Tú, qué?

-Yo también soy importante. Si no vuelves, me voy sola. Tengo dinero.

-El sábado voy, dice Quintín. Y cuelga.

Bofill está de mala ostia. Gruñe. El ascensor del metro tarda en llegar y cada vez hay más gente. ¿Qué pasa? El viejo protesta y grita. Nacha, nerviosa, aporrea las puertas. La gente piensa que estará loca. Bofill se queja. Insulta. Nacha se aleja con él. Le pedirá que se calle, pero él grita más y más. Están junto a la escalera. Una escalera enorme. Profunda. Otro grito y Nacha no puede evitarlo. Empuja la silla que cae con el viejo al abismo. El impacto destroza la máquina de bebidas del fondo. 

Parece que nadie ha visto nada. 

¿Bofíll y la silla? Mejor no saberlo. 

Nacha se quita la peluca. Lo pasado tenía que suceder antes o después. Quintín llega mañana. ¿Y si no viene?

Jesús Oliveira Díaz                                                            Playa San Juan, Septiembre del 2022

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